Los enredos a que han dado y están dando lugar las negociaciones de los presupuestos de Aragón y los (por fin aprobados) de la ciudad de Zaragoza responden a una patología política tan inexplicable como evidente. Si al final las partes concernidas han tenido que sentarse y hablar... ¿A qué tantos regates, malabares y tontadas?

Sí, ya sabemos que en todas partes cuecen habas y que el Ejecutivo central, tan requetepancho, prevé cerrar las cuentas del Estado allá por el verano; si las cierra, que si no tampoco pasará nada. Pero eso no justifica el barullo (mental más bien) que se llevan las izquierdas en la bendita Tierra Noble. La torpeza ha de tener algún límite.

Las buenas noticias han llegado desde el Ayuntamiento zaragozano, donde tras mucho tanteo y mucha escenita se dió luz verde a las cuentas para el año en curso. Al tiempo se sabía que el del ejercicio anterior (2016) ha dejado sin consumir unos millones que podrían permitir sacar al municipio del pelotón de los más endedudados y controlados de España. Lo cual está muy bien y debiera haber sido bien recibido por todos los grupos presentes en el Consistorio. Pero como las cosas son así de retorcidas, parece que existen no pocas resistencias a reconocer el éxito del dúo Santisteve-Rivarés.

Está por ver, no obstante, hasta qué punto la opinión pública (cada vez más ensimismada en sus asuntos particulares) se siente motivada por el barullo presupuestario. Tengo más bien la sensación de que mucha gente tiene una idea del tema contable tan elemental o incluso tan confusa como la de Echenique (quien ahora mismo debe estar en Vistalegre intentando que su jefe no sufra ningún revolcón). En todo caso, la indudable relación entre las polémicas sobre los gastos, los ingresos, el debe el haber... y la vida cotidiana de las personas humanas se pone de manifiesto cuando el vecindario del sur de Zaragoza sale a reclamar colegios o cuando los enfermos de cáncer reivindican una infraestructura asistencial en línea con la de otras comunidades. Entonces, las disfunciones introducidas en las cuentas por buenas o malas decisiones políticas salen a la luz. Porque basta contar con los dedos para darse cuenta, por ejemplo, de que el dinero necesario para comprar los aparatos de radioterapia revindicados ni siquiera llega a lo que gastamos cada año en que nos monten un Gran Premio de motos.

Puestos a reflejar lo absurdo de algunas situaciones que vivimos, hablemos un poco más del sur de Zaragoza. A los vecinos de Valdespartera y Arcosur, nadie (y menos quien suscribe) les va a negar su derecho a disponer de todos los servicios públicos. Tienen a ello tanto derecho como cualquier otro contribuyente. Pero el orgullo que puedan sentir (sobre todo los arqueros) por haberse llevado su vida y la de sus familias a unas evidentes ciudades dormitorio no ha de ser óbice para que reflexionemos sobre la naturaleza objetiva de esos barrios. Fueron fruto de una pésima (e interesada) planificación urbanística, son incómodos, caros de dotar y mantener... Tendrían que advertirnos sobre lo que no se debe hacer. Ese es el tema.