Esa cacerolada en Canfranc, pidiendo un año más la rehabilitación de la estación y la reapertura de la línea férrea internacional, ha sido un momento sublime y entrañable. Se dice que esto ya no es lo que era, pero todavía nos queda Canfranc y aquel fabuloso tren que ha fascinado y movilizado a cuatro generaciones consecutivas de aragoneses.

Reivindicar en acto público la recuperación del Canfranc tiene el sabor clásico de un veraneo en Casa Marraco , las excursiones al Coll de Ladrones y los paseos por la montaña buscando fresas silvestres. Viene a ser como volver a los viejos tiempos. Que sí, que el trasvase ha sido derogado, que Iglesias ha repetido de presidente, ha sido reelegido secretario general del PSOE por unanimidad, tiene voz y voto el la Ejecutiva del partido y se reune face to face con el presidente Zapatero... Todo lo que ustedes quieran, más ahí sigue la estación internacional muerta de risa. Joden los montes para ampliar las pistas de esquí, recalifican los prados para construir apartamentos, deshacen laderas enteras para construir carreteras y párkings, dicen que el Pirineo progresa... Pero el Canfranc continúa acumulando ruina, como paradigma de cuán frágiles y tramposas suelen ser las promesas de quienes mandan.

Aragón va bien, asegura Marcelino; Zaragoza va bien, certifica el juez Belloch; tampoco va mal Teruel, precisa el secretario de Estado Morlán, Calatayud va genial, remachan los señores del PP... Sin embargo el Canfranc no carbura: ni arreglan los edificios, ni reparan la línea, ni aprovechan el túnel (por lo menos hubo una época en que lo utilizaron para cazar neutrinos o algo parecido). Así es que el domingo hubo otra manifestación allá arriba. Estuvo Víctor López, estuvo Luis Granell; no acudió nadie de la DGA. Y fue, en fin, como cumplir un rito.

Nuestro verano se ha llenado de citas: los conciertos de Pirineos Sur, la Grove Parade monegrina... y la manifestación en la estación de Canfranc.