Caminan con paso firme. Conocen los pasillos, las plantas y las diferentes salas del edificio como si fueran la palma de su mano. Saludan a diestro y siniestro. Se sienten en casa. María Gregoria Checa Goyi, Rosa Zorzano, Ana Aznar y Miriam López vivieron en primera persona las obras, el traslado y el estreno del nuevo edificio de Consultas Externas del Servet. «Fueron meses de muchísimo trabajo donde se mostró un gran compañerismo», cuentan.

Todo fue «un cambio inmediato», recuerdan. «No se cerraron agenda, la asistencia al paciente continuó de forma normal. El paso de un edificio a otro fue muy rápido gracias a un equipo estupendo de celadores y de limpieza que funcionaban coordinados», señala Zorzano. «La colaboración de todos fue impresionante. Fue una oportunidad de mejora que el Servet supo aprovechar, porque era necesario, y todo generó motivación en la plantilla», añade Checa.

«La mejora asistencial fue muy notable. El paciente pasó de estar esperando de pie en el hall de una planta baja para una extracción, donde se formaban largas filas, a poder sentarse en una sala mucho más espaciosa y con mejor organización», añade Checa. El servicio de rayos, con resonancias, ecógrafos y escáneres, fue también un impulso para el hospital Miguel Servet, que avanzó con paso firme hacia el futuro. «Tocaba una renovación. El plan de la antigua Traumatología era de 1971 y un referente como el Servet tenía que crecer», dice la actual subdiretora de Enfermería.

Antiguo residencia

El edificio de Consultas Externas no fue de nueva creación, sino que se hizo uso de un inmueble ya construido y perteneciente a la antigua residencia para huérfanos de docentes, en el terreno del instituto Miguel Catalán. De hecho, durante la construcción se respetó la estructura y, a simple vista, es visible que la fachada no se corresponde con un edificio nuevo y moderno por fuera. «Era un espacio alargado y eso se tuvo que respetar. Cuando los pacientes a veces se quejan de que tiene que andar mucho, por largos pasillos, se debe a eso precisamente: al diseño inicial que se tuvo que mantener», explican las trabajadoras.

También en su interior se mantienen espacios del pasado, como la gran escalera que comunica las diferentes plantas y que perteneció a la residencia. «Si puedo, todos los días subo por ella. Se mantiene tal cual, es bonita y te da la sensación de estar en un sitio diferente», dice Zorzano.

También Esther de Blas, ahora en la sala de curas de la parte de Traumatología, recuerda aquel año como «el paso del infierno al cielo», asegura. «Estábamos entonces en un cubículo, en el sótano, con tres camillas y dos enfermeros. El espíritu y la motivación cambió al venir aquí, con unas instalaciones mejores», señala De Blas. «Ahora solo echo de menos tener alguna ventana, pero por lo demás todo ha sido para mejor», cuenta esta sanitaria que lleva 40 años en el Servet.