La tienda de Yola huele a Nenuco. No es para menos. Su interior está lleno de muñecos que representan a bebés de todos los tamaños de un modo hiperrealista. Se fabrican uno a uno de forma artesana, valen un pastón, y cada vez tienen más demanda en la ciudad. Hasta el punto de que en unos meses se celebrará una feria nacional que reunirá a las fabricantes más conocidas del país. El mundo reborn, como se le llama, va a más, dicen. Por el momento en Zaragoza existen tres lugares donde adquirir estos muñecos: en la zona Universidad, en el Actur y en San José.

La zaragozana Yolanda Moro es la impulsora de la tienda de la calle Baltasar Gracián. Junto con su prima y socia, Esther Moro, puso en marcha hace unos meses este negocio fruto de su pasión por estos recién nacidos que necesitan tantas atenciones como si fueran reales. Desde que descubrió su existencia a través de las redes sociales, hace más de cinco años, ha estado metida en el mundillo con diferentes iniciativas. Por eso decidió que era el momento de dar el paso a algo más.

Es difícil establecer un perfil entre los compradores que la visitan. La variedad es similar a lo que se aprecia en el escaparate. Si van destinados a niños los muñecos son más simples, pero si van a acabar en la casa de algún coleccionista prima el detalle: desde las rojeces de los prematuros a las marcas azules en la piel provocadas por el llanto.

La perfección de los muñecos causa desasosiego. Sobre todo se encuentra a faltar la ausencia de respiraciones. Tantos ojos abiertos y tanta quietud, como en un relato de de Neil Gaimam. Aunque Yolanda defiende que las reticencias ante estas figuras hiperrealistas se acaban en el momento en el que se toman en brazos. Ahí el sentimiento cambia hacia la ternura. Al parecer la clave de su obsesión.

Yola asegura que sus bebés proporcionan mucho más de lo que parece a simple vista. Se usan en terapias psicológicas y en entornos educativos. No son juguetes y de ahí su precio. Se fabrican a partir de unas piezas de vinilo que se pintan y decoran con pulso y mimo. Las venas, los mocos, las pequeñas heridas del ombligo. Todo cuidado al detalle.

Los paseantes se quedan embobados al pasar por delante de la tienda. Señalan con incredulidad. Yolanda dice estar acostumbrada y se lo toma con una mezcla de indiferencia y sorna. Porque el humor es necesario para afrontar este mundo de brazos desarticulados y patucos. Sorprende, por ejemplo, que la delicada manipulación de las cabezas, con sus ojos entrecerrados llenos de legañas, termine en un pequeño horno (blanco inmaculado) que permite secar la pintura que les aplican. La idea haría las delicias de Narciso Ibáñez Serrador.

Segunda guerra mundial

A la hora de indagar en las motivaciones de coleccionar bebés hiperrealistas es necesario remontarse a la segunda guerra mundial. «Las mujeres necesitaban algo», intuye. Ahí comenzaron a buscar esa ternura que habían perdido con muñecas de trapo. Poco a poco se volvieron más humanas, más figurativas. Así, en la tienda no solo se venden muñecos hiperrealistas (acompañados de sus correspondientes certificados de autenticidad y de nacimiento), sino que se pueden adquirir ropas, complementos y hasta las tartas de pañales, ahora imprescindibles en cualquier visita a un recién nacido real. Existen modelos completamente de silicona que se usan, incluso, para producciones televisivas. Dan completamente el pego.

Los aficionados al universo reborn en Zaragoza no se limitan a recorrer las tiendas en busca de novedades que coleccionar. A veces las coleccionistas salen a la calle con su carro y su bebé causando el pasmo de los viandantes. Como aquella vez en la que se juntaron media docena en la plaza del Pilar. En esos casos, con el humor que les caracteriza, aprovechan para repartir propaganda de sus negocios.