El escultor Francisco Rallo Lahoz (Alcañiz, 1924), autor de los cuatro leones del Puente de Piedra, de las Musas que coronan la trasera del Teatro Principal, la fuente de los peces en la Plaza del Pilar o el caballito de bronce detrás de la Lonja, entre otras muchas obras, falleció en la mañana de ayer en Zaragoza. Fuentes cercanas a la familia señalaron que el desenlace se precipitó tras complicarse una hepatitis que arrastraba desde el servicio militar (en los años 40) con una neumonía surgida hace pocos días. Será enterrado en el cementerio de Torrero mañana, 2 de febrero, tras el funeral que tendrá lugar a las 11.30.

Francisco Rallo, junto al escultor Manuel Arcón (aún en activo) representaba uno de los últimos conocedores de la tradición del oficio aprendido desde chico, con un maestro, que para ambos fue Félix Burriel. "Ya no tiene continuidad esta forma de aprender, cuya tradición se ha roto", decía ayer el escultor Alberto Gómez Ascaso. El propio Manuel Arcón reconocía: "Hemos llevado vidas paralelas. Era un gran amigo y una buenísima persona."

La historiadora del arte Concha Lomba ha escrito que Francisco Rallo permanecerá en la memoria como uno de los escultores aragoneses de más honda tradición figurativa de la segunda mitad del siglo XX, pese a que comenzó su trayectoria profesional a comienzo de los años 50 de espaldas a las innovaciones artísticas que se estaban produciendo por aquel entonces. "He aguantado la tarascada de la abstracción sin beligerancia alguna y me he asentado en mis fundamentos", dijo Rallo en una entrevista reciente. Su hijo, Francisco es pintor abstracto.

Heredero de una tradición escultórica con un buen dominio de la técnica, Rallo mantiene un clasicismo para los asuntos religiosos, un realismo psicologista en los retratos y a finales de los 60 iría simplificando las formas en los torsos y desnudos femeninos, que, para el crítico de arte Manuel Pérez Lizano representa la parte más importante de su obra como artista.

Francisco Rallo era hijo de un comerciante de tejidos que se trasladó a Zaragoza cuando el pequeño contaba dos años. Su madre montó una tienda de vinos y comidas. El niño estudió en los escolapios y más tarde en el Joaquín Costa. Sus primeras esculturas infantiles, a navaja, fueron de tanques y cañones. Rallo comenzó a trabajar en talleres de mármoles sobre adornos funerarios y desde los 14 años a los 21 trabajó en el taller de Félix Burriel. Incluso figuró como modelo para este escultor y está en uno de los relieves de la CHE con pantalón de peto.

Hizo la mili en Barbastro como bibliotecario. Una inyección le transmitió involuntariamente una hepatitis C, de la que Rallo se cuidó a lo largo de su vida. Abrió su propio taller en 1950, en la calle Madre Sacramento, 37. Su primer retablo para una iglesia lo realizó en 1954. Son suyos los de Gargallo, Fortanete y Palomar. Elude los excesos muy realistas y marca la espiritualidad de las figuras. Hizo la mascarilla funeraria de Miguel Labordeta y monumentos en bronce como el de Nicanor Villalta y el busto de Pilar Bayona.

En el año 2001, la Diputación de Zaragoza le dedicó una exposición retrospectiva en el Palacio de Sástago. Poco antes de fallecer, Rallo acababa de terminar un busto a Antonio Beltrán Martínez. En la mañana de ayer fue colocado un crespón negro en uno de los leones del Puente de Piedra.