Se habrán dado cuenta de que servidor utiliza indistintamente el término España (a la moderna) o Españas (a la antigua) para hablar de esta patria suya y mía, a la que yo por lo menos amo en su variedad y su discordia, en sus paisajes y en sus gentes, en su Historia y en su vida presente. Los escudos y las banderas, ya ven, me tienen más sin cuidado; salvo cuando se prohibe y castiga su exhibición, que entonces sí me interesan. Será por espíritu de contradicción.

Claro que todas estas cosas de la nación, la patria y su destino suelen venir envueltas en contradicciones y paradojas. A las Españas, por ejemplo, me las tienen amargadas quienes más dicen defenderlas: los nacionalistas centrípetos y los nacionalistas centrífugos en perfecta interacción. El resto de los españoles vivimos nuestra condición con más tranquilidad e incluso nos da tiempo para ser al mismo tiempo aragoneses (o catalanes, o navarros, o murcianos de Murcia o murcianos de Cartagena... o lo que sea) y también latinos, mediterráneos, europeos y ciudadanos del mundo (o sea, internacionalistas).

A Zapatero, que intenta armonizar las Españas a puro contemplarlas con sus ojos azul cielo, me lo van a volver loco los nacionalistas que se van y los que se vienen. La derecha, que sin duda quiere mucho a España porque la considera de su estricta propiedad, se dispone a sabotear hoy la Conferencia de Presidentes a base de mucho hablar de la unidad de la patria (agitar la bandera de la unión para mejor desunir es una táctica antigua) y de despreciar el debate sobre la financiación de la sanidad pública (tal vez al PP sólo le interese la sanidad provatizada). E Ibarretxe y los demás periféricos ya se sabe que no quieren sentarse en una mesa con los mesoespañoles , que ni jugamos al secesionismo ni plebiscitamos estatuto durante la II República (aunque sea, como en el caso aragonés, porque se nos anticipó el golpe de Estado y la maldita guerra).

¡Qué complicado es ser español!