Para ser un «momento histórico» pasó bastante inadvertido. Solo unas pocas personas asomadas a los balcones siguieron la llegada de parte de los bienes sacros retenidos en Lérida al Museo Diocesano de Barbastro-Monzón (MDBM) a las cuatro y veinte de la tarde de ayer. Huesca, y Aragón también, estaban dando un innegable «paso adelante», pero casi nadie, aparte de la prensa, se acercó a ver la llegada de una furgoneta Mercedes de color rojo a la parte trasera del antiguo palacio episcopal.

Claro que el acto, pese al desierto urbano que provoca el coronavirus, no podía pasar inadvertido. Un fuerte cordón policial bien visible controló el acceso al museo y vigiló muy de cerca la descarga de la camioneta, de la que salieron dos cajas de madera ante la atenta mirada del director del espacio expositivo, Ángel Noguero.

«Me esperaba algo más de ceremonia, la verdad», dijo uno de los vecinos que había seguido la llegada de los bienes desde su balcón. «Al final todo se ha reducido a dos transportistas que se han bajado de la cabina y, sin ninguna solemnidad, han descargado dos simples cajas».

La Guerra de los 30 años

Tampoco era de extrañar la desmovilización popular en Barbastro si se tiene en cuenta que el litigio por los objetos de arte sacro de 44 núcleos, habitados y deshabitados de su diócesis, ha sido como una guerra inacabable, con multitud de batallas legales e incontables escaramuzas judiciales que se remontan a los albores de la Transición, cuando Aragón se empeñó acertadamente en que los límites eclesiásticos se correspondieran con sus fronteras administrativas.

Otras fuentes historiográficas, más precisas, ven el arranque del conflicto en los 90 del pasado siglo. Aun así son tres décadas de hostilidades a cuenta de unos objetos de culto antiguos que han ido adquiriendo con los años el rango de tesoro patrimonial.

Amor propio

Pero tanto formulismo legal ha acabado socavando el interés de un asunto que para Aragón es, hace años, una cuestión de amor propio y de dar a cada cual lo que en buena ley le pertenece.

Quien sí se acercó al día D de los bienes de las parroquias de la zona oriental de Huesca fue Marcelino Iglesias, senador y expresidente de Aragón, que acudió por la mañana al Museo de Barbastro.

Aunque es más que probable que lo hiciera en calidad de vecino de Bonansa, localidad limítrofe con Cataluña. Su parroquia es la propietaria del frontal de altar románico de una ermita que llegó a estar en ruinas en la aldea de Buira y que figura entre los objetos de culto calificados de Bien de Interés Cultural (BIC).

Pero esta pieza, de gran valor, no figuraba entre las que ayer envió el Consorcio del Museo de Lérida. Sigue todavía expuesta en la ciudad catalana y no hay fecha para su retorno.

«El final del túnel»

«Nuestra idea es poner una réplica del frontal en la ermita», explicó Iglesias, que señaló que Buira se llegó a quedar vacía en los años 60 si bien en los 70 y 80 recibió nuevos pobladores. «La iglesia y su ábside poligonal se han restaurado y sería una buena idea», añadió.

Para el exjefe del Ejecutivo de Aragón, la jornada de ayer fue, sin duda, un momento histórico. «Creo que ya se ve el final del túnel tras tantos años», afirmó. «No se entiende lo ocurrido si se tiene en cuenta que, cuando se separó la zona aragonesa de la diócesis de Lérida, en los años 90, en el mismo decreto había un punto que decía que los bienes debían quedare en sus parroquias», comentó. Posiblemente, continuó el senador, «se consideró un asunto secundario».

Ese punto menor de un lejano acuerdo se embrolló lo indecible desde entonces, pero ayer comenzó a desenredarse. Aragón tiene ya en sus manos el hilo de Ariadna de los bienes de su zona oriental.