El caso es que hace bien poco el Principal se llenó de bote en bote para ver las representaciones de La Cubana . Hubo colas ante las taquillas y mucha gente se quedó en la calle. Pero a nadie se le ocurrió proclamar que es necesario echar abajo el teatro y hacer otro tres o cuatro veces más grande. Las personas humanas no hacemos este tipo de consideraciones descabelladas...salvo cuando del esquí se trata. No sé yo qué clase de obsesión hay en torno al popular deporte blanco, pero lo cierto es que llegan los tres o cuatro puentes de la temporada, se colapsan los accesos a las estaciones y de inmediato emerge la exigencia de más carreteras, más variantes y más aparcamientos (a pie de pista, por supuesto). En nombre del esquí (un deporte hermoso y magnífico donde los haya) se han hecho ya muchas barbaridades y algunos quieren hacer muchas más. Las estaciones han actuado como reclamo para la actividad urbanística en los valles y han propiciado un supuesto negocio de carácter espasmódico que se concentra en no más de tres o cuatro picos de alta ocupación durante toda la temporada durante los cuales hay problemas de acceso a las pistas no sólo por que es imposible que todo el mundo llegue al mismo lugar el mismo día y a la misma hora, sino porque el empeño de subir con el coche hasta el telesilla es simplemente demencial.

Aquí hace falta más sentido común y menos demagogia. Después de la destructiva ampliación de Formigal y de las soflamas que sitúan en el negocio de la nieve la salvación del Pirineo y de sus habitantes, bueno será recordar que el esquí es una industria fuertemente subvencionada, que nos viene cos tando a todos muchas decenas de millones de euros (y aun cientos de millones si sumamos lo invertido en los últimos lustros). Así se está condicionando artificiosamente el futuro de la montaña aragonesa, que entre tanto sigue sin disponer de una Ley marco reguladora del uso de sus espacios. Menudo pufo.