Lo del PP estaba cantado desde el mismo instante en que la extravagante sucesión de Aznar, determinada por éste desde la soberbia intimidad de su cuaderno azul, desembocó en la derrota electoral del 14-M. A partir de ahí era inevitable que entrase en crisis un partido que hasta entonces había estado sometido a un liderazgo particularmente férreo y volcado en el dulce usufructo del poder. ¡Pues anda que no es duro caerse de la poltrona al suelo!

Les pasó a los socialistas y ahora les está pasando a los populares . Ya ven ustedes, damas y caballeros, que en este país es muy fácil ejercer de profeta en temas políticos. Basta con tener un poco de back ground (o sea, de experiencia) y cuarto y mitad de sentido común. Aciertas siempre. Ves a un partido superjerarquizado, encaramado a los tronos y potestades, perder las elecciones y ya sabes lo que viene a continuación: follón interno. No le arriendo las ganancias a Rajoy. Creyó que heredaba la Moncloa y ahora ni siquiera sabe por cuánto tiempo podrá controlar Génova.

El PP arrastra varios problemas estructurales. Está demasiado escorado a la derecha, se había acostumbrado a proyectarse mediáticamente con todas las ventajas (y la capacidad de intimidar) que da gobernar España con mayoría absoluta, no dispone de mecanismos normalizados para renovar sus equipos directivos (lo de Galicia es patético) y tampoco sabe aplicar la lógica de los éxitos electorales (pues, si no, ¿cómo explicarse que Esperanza Aguirre, que sólo ganó Madrid tras aquella historia tan fea de los tránsfugas, pueda ponérsele chula a Alberto Ruiz Gallardón, que arrasó en las urnas?).

Los populares están muy nervioso porque ahora ven que el poder perdido puede tardar mucho en volver a sus manos. Zapatero va hacia arriba y aquí, en Aragón, Marcelino vive tranquilo el día a día. Le pongan en frente a Gustavo Alcalde, a José Atarés o al divino Buesa, poco habrá de esforzarse para ganar el tercer mandato. Eso también está cantado.