Las estaciones invernales aragonesas afrontan esta temporada de una forma inusual, con inquietud y con la mirada puesta en el cielo a la espera de que el oro blanco que otros años había ya cubierto sus pistas de un espeso manto blanco no se retrase y los turistas regresen.

El hecho de que este año haya sido considerado por los expertos como el más caluroso desde 1880 y que el calentamiento global o el cambio climático hayan alterado casi radicalmente la climatología no han impedido la llegada de las primeras nieves y del frío a las cinco estaciones invernales del Pirineo.

Sin embargo, el manto blanco aún es insuficiente para que las decenas de miles de esquiadores que esperan la llegada del puente de la Constitución para ponerse de nuevo los esquís puedan volver a deslizarse por las laderas de las grandes montañas del Pirineo.

Sólo la estación de Aramón Cerler, en la zona más oriental y de mayor altitud del Pirineo aragonés, ha habilitado un reducido espacio de 9 kilómetros de longitud para que los esquiadores con cierto nivel de experiencia calmen sus ansias a la espera de que nuevas nevadas les permitan ampliar sus expectativas.

El resto de estaciones invernales del Pirineo aragonés, Formigal, Panticosa, Astún y Candanchú, han tenido que romper esta temporada con una de sus tradiciones más esperadas para el negocio, abrir los días del puente de la Constitución y ver llenas sus pistas tanto de nieve como de esquiadores.

También las de Javalambre y de Valdelinares, en las serranías turolenses, tendrán que esperar a que sus laderas se cubran de nieve suficiente para abrir sus puertas.

Pero es en los valles del Pirineo aragonés de Tena, Aragón y Benasque donde la nieve moviliza cada año a grandes cantidades de esquiadores que posibilitan una economía imprescindible para sus habitantes, por lo que el no poder efectuar la campanada de salida el puente de la Constitución supone un duro golpe.

Y es que la nieve no se ve en estas zonas como una inclemencia meteorológica de la que hay que escapar sino como un maná cargado de ilusiones y de esperanza de futuro, fuente de diversión y recreo para miles y miles de turistas y uno de los principales motores de las economías locales.

La aventura de la nieve comenzó en el invierno del año 1928 en un recóndito y alejado valle del Pirineo aragonés, cuyos habitantes vieron con asombro como extrañas figuras descendían a gran velocidad de las montañas en un ciclo continuamente repetido.

En ese lugar se inauguró ese año la estación invernal de Candanchú, la más antigua del país y una referencia aún para el mundo del esquí.

Años después se sumaron las instalaciones de Formigal, Astún, Panticosa y Cerler, las cuales, junto a la de Candanchú, conforman, con 366 kilómetros de pistas, el principal dominio esquiable del país.

Desde entonces, en una dinámica de progresión geométrica, la nieve ha cambiado la imagen del Pirineo aragonés, aunque no sin críticas por parte de organizaciones conservacionistas alertadas por las afecciones medioambientales causadas.

En respuesta a las críticas, la contestación de los vecinos de las poblaciones pirenaicas próximas a las estaciones es siempre la misma: la economía tradicional, principalmente la ganadería, es una actividad ya prácticamente residual y en algunos casos decorativa y estética.

Lo cierto es que los servicios se han apoderado de la economía de estos valles y de otros que carecen de estas instalaciones pero que se aventuraron años atrás a plantear la necesidad de disponer también ellos de estaciones invernales.

La nieve ha permitido abrir tiendas y comercios, restaurantes y hoteles y ha propiciado desarrollos urbanísticos y sociales sorprendentes como la localidad de Jaca, cuya proximidad a las estaciones invernales ha favorecido un continuo crecimiento y una fama que ha traspasado fronteras.

Lo cierto es que la industria de la nieve, según documentos oficiales del Gobierno aragonés, constituye el 7 por ciento del PIB de la Comunidad, lo que la ha convertido en un sector estratégico para la economía de la región.

Las cifras revelan que los más de 1,3 millones de esquiadores que disfrutaron de la nieve en Aragón la pasada temporada dejaron en las zonas de esquí un total de 127 millones de euros, y que la mayor parte de esta suma se quedó en las poblaciones del territorio.

Además, el desarrollo de las infraestructuras de comunicación en el Pirineo aragonés está vinculado a la nieve, y con mayor intensidad, precisamente, en los valles donde se ubican las estaciones de esquí.

Por esta razón, tanto los responsables de las estaciones de esquí como los vecinos de los valles donde se asientan mueven sus ojos del cielo a las laderas de sus montañas a la espera de ver llegar, como cada año, el oro blanco.