La nueva película de Ian McKellen es otra muestra de su enormidad como actor. En La gran mentira borda un papel de estafador, con múltiples registros, intereses y caras. En un momento determinado, alguien la preguntará, un poco como si fuese su conciencia, por qué vive, por qué delinque, qué espera ganar, cuál es el móvil de su ambición, si lo/la tiene. Y entonces este gran timador, envuelto en sus triples vidas, en sus mentiras, contestará cáusticamente: «Porque no quiero caer en manos de la Seguridad Social».

Para entender mejor semejante respuesta habría que explicar que la trama de La gran mentira pasa en Londres, en la Gran Bretaña del brexit, donde la sanidad pública, en efecto, deja de tal modo de desear que a muchos usuarios causa pavor. Disponer en Inglaterra, o en Estados Unidos, o en Panamá, o en tantos otros países que se consideran avanzados, de un seguro médico en la sanidad privada no supone tanto un lujo como una necesidad, una garantía de salud frente a la inseguridad o el riesgo de errores médicos.

El amor por la precisión y por la eficacia que en tantos otros aspectos de la sociedad británica, incluido el cine, nos parecen admirables, nunca se ha extendido a la sanidad o a la educación públicas, donde los niveles de calidad siguen estando bajo mínimos. ¿Por qué? Porque en la tradición de los mercados y servicios anglosajones el Estado del Bienestar no sólo no existe, sino que es un enemigo a combatir. ¿Qué es eso de recibir educación y atención médica gratis? No, amigo, esas no son maneras de educar a las nuevas generaciones en el esfuerzo, la disciplina ni el rigor.

Sucediendo, además, que, informados los emigrantes de tales bicocas, el colapso de dichos Estados tutoriales es cuestión de tiempo. Mil veces preferible será que cada cual se saque las castañas del fuego y aporte a los sueldos de profesores y médicos la parte proporcional a los beneficios obtenidos por sus prestaciones... ¿O no es lo justo?

Al margen de estas disquisiciones sobre el modelo de Estado, no dejen de admirar a Mac Kellen y a Helen Mirren en La gran mentira, ajustada a un ingenioso guión y a esa calidad o clase intrínseca al cine británico.