El estallido del chupinazo de las Fiestas de San Lorenzo 2019 desde la balconada principal del Ayuntamiento de Huesca ha desatado un huracán festivo en la ciudad que se prolongará sin descanso a lo largo de los próximos siete días.

Miles de jóvenes han esperado en la plaza consistorial, piel contra piel y en medio de temperaturas que superaban con mucho los 40 grados en ese microclima festivo, hasta que ha estallado el cohete, momento en el que todos han alzado al unísono los brazos al son de las charangas.

Una estruendosa explosión de alborotos gritos y de cientos litros de vino ha sacudido una plaza convertida en una olla a presión incapaz de detenerse ya por nada y nadie y casi de albergar a un sólo ser humano más.

El disparo del cohete ha corrido a cargo, por elección unánime y sin discusión, por dos agentes femeninas del equipo de atención a la familia de la Policía Local de Huesca por la labor social ejercida a lo largo del año.

Unos momentos antes, el nuevo concejal de fiestas de Huesca, Ramón Lasaosa, se ha armado de miles de decibelios para conseguir levantar su voz entre el algarabío ensordecedor de la fiesta y pronunciar un pregón para reivindicar la fiesta y destacar que "el único límite estos días debe ser la tolerancia y el respeto a los demás".

Al igual que el 'surdo', un instrumento de percusión de gran tamaño que es el corazón que marca el ritmo de las escuelas de samba durante el carnaval de Río de Janeiro, los bombos de las charangas de sonido metálico no han dejado de percutir para impulsar el movimiento de la cabalgata hacia el centro de la ciudad.

A la hora de iniciarse la cabalgata, el sol, saludado popularmente en Huesca como "Lorenzo", ha hecho que la temperatura alcanzara los 33 grados a la sombra, muy por debajo de los que se registraban en esos momentos entre el algarabío.

Previamente, en el palacio consistorial se ha hecho entrega de una Parrilla de Oro de la ciudad de forma conjunta a doce colectivos dedicados a la jota y a la confección de vestimentas tradicionales.

Además, se han pronunciado distintos discursos oficiales, entre otros los de los alcaldes de Huesca y Tarbes, ciudad francesa hermanada con la capital oscense desde 1964.

Entre las autoridades institucionales y militares asistentes al acto se encontraban las nuevas consejeras del Gobierno aragonés Marta Gastón, Mariví Broto y Maru Díaz. y el director general de la Guardia Civil, el altoaragonés Félix Azón, a quien el alcalde oscense, Luis Felipe, ha agradecido la elección de Huesca para la celebración este año de la Semana de la Guardia Civil en España.

Las Fiestas de San Lorenzo, declaradas de Interés Turístico Nacional, dejan de lado durante unos días la actualidad política, pero no por ello olvidan burlarse de cuestiones locales y de los propios políticos municipales.

Así, las pancartas de las peñas han dirigido este año sus críticas a la reciente reelección "por sorpresa" de Luis Felipe como alcalde, con un voto en blanco que ningún concejal ha apadrinado aún y que mantiene enturbiadas las relaciones entre PP y Ciudadanos desde entonces.

Una de las pancartas mostraba esta situación como una escena de Juego de Tronos, otra mostraba el consistorio con el título de la canción "Había una vez un circo", y una tercera, con un voto en blanco cayendo en una urna se preguntaba "¿Quién es el culpable de esto?"

Al margen de estas cuestiones, la plaza consistorial ha sido una vez más el auténtico centro del universo para los oscenses y los aturdidos visitantes, como es habitual cada 9 de agosto a las 12.00 horas.

Minutos antes del chupinazo, las calles próximas al consistorio eran un hervidero de jóvenes que aprovechaban la espera para bañarse en vino y teñir sus camisetas de un color rojo que, en ocasiones, alcanza en aspersión a transeúntes o paseantes.

Aunque en esta ocasión, unos cordones policiales impedían el paso de bidones de vino a la plaza consistorial para tratar de minimizar el color morado en el inicio de la fiesta.

Miles de personas han contemplado el colorido paso de carrozas, mairalesas y peñas, mientras los más jóvenes exhibían, ante las miradas divertidas de niños y mayores, sus rotas camisetas rojas, y se mojaban con las cataratas de agua que caían desde decenas de balcones a su paso.

Todo esto ante la mirada atónita y casi antropológica de decenas de turistas españoles y extranjeros llegados a la ciudad de forma casual que no querían dejar de registrar cada instante con sus teléfonos móviles.