En el corazón del verano suelen ocurrir extraños milagros institucionales, pues aunque los jefes andan por ahí disfrutando de un merecidísimo descanso y todos jugamos al despiste y a la bobería, los boletines oficiales y las actividades públicas y privadas siguen su marcheta. Se hacen licitaciones, se inician obras, se ejecutan derribos... Como es bien sabido, en bastantes casos de lo que se trata es de perpetrar alguna jugarreta con estivalidad y alevosía, o en todo caso de sacarse de encima algún asunto engorrosillo.

Prodigioso ha sido el derribo de dos chalets en el paseo de Ruiseñores. En días, casi en horas, los echaron abajo, aplanaron el terreno y uno podía creer que ambas edificaciones habían sido abducidas por los extraterrestres pues su desaparición fue visto y no visto. Más complejo habrá de ser esa genial idea para retocar una vez más el plan urbanístico de Zaragoza y poner viviendas (por si la Expo) en unos suelos que estaban destinados a zona verde y equipamientos. Y lo que ya no sé si es estivalidad , alevosía o algo peor es la ampliación de Formigal y la consiguiente destrucción de Espelunciecha, contra lo cual andan movilizados los ecologistas estos días, pero que provoca a quienes suben al Pirineo y contemplan las obras en directo un inmenso agobio y una total perplejidad: ¿Pero protege alguien el medio ambiente en esta comunidad?

En fin, no sigo con la matraca, que para eso estamos de veraneo y en plenos juegos olímpicos. Que por cierto no se les están dando bien a nuestros deportistas. Como dice un colega mío, de momento sólo tenemos la medalla de oro y la otra de plata que obtuvo ayer la tiradora vasca. ¿Qué medalla de oro?, pregunta todo el mundo ante semejante reflexión. La de Aznar, contesta muy serio mi cuate. Ni ésa, apostillo yo. Que la condecoración del Congreso USA la tenemos pagada, pero aún no se la han dado al ex-presidente. A lo mejor la logra uno de estos días al amparo de la estivalidad .