Zaragoza amaneció gris este jueves. En el centro, lejos de los controles policiales que impiden salir y entrar de la ciudad si no es con un motivo permitido, el confinamiento perimetral no se deja notar a simple vista, pero sí en el ánimo de los vecinos. Basta con ponerse a escuchar, con discreción, conversaciones ajenas. «¿Qué tal, María José?», le preguntaba la frutera en el mercado de San Vicente de Paúl a una clienta. «Muy liada. Oye, ¿hay muy poca gente por la calle, no? Cuando comenzó todo esto nos liamos a bailar y a aplaudir pero parece que todo eso se acabó», respondía la tal María José.

Enfrente, detrás del mostrador de su carnicería, Marisol Lou confirmaba que «confinamiento» y «mascarilla» son dos palabras que nunca faltan cuando habla con sus clientas. Eso sí, Lou aportaba el único rayo de luz que se podía encontrar ayer por la mañana en la capital aragonesa. «Aquí no nos está yendo mal. La gente creo que ahora come más sano y ha vuelto a los mercados. Vinieron en un principio para apoyar al pequeño comercio y se han quedado por la calidad», decía esta carnicera.

Fuera de las puertas de esta lonja de barrio el panorama era bien distinto. En la plaza del Pilar, poco transitada ayer, las flores que sirvieron de ofrenda improvisada a la Virgen ya están marchitas. En la calle Alfonso, con la ironía propia del 2020, mientras una violinista tocaba la banda sonora de La vida es bella En esta céntrica vía hay más de diez locales vacíos y otros tantos que ya anuncian su cierre en sus respectivas fachadas.

«Si no morimos del bicho vamos a morir de hambre», lamentaba Susana Allepuz, de la tienda de moda Arsènne Fitting, que ya ha colgado el cartel de liquidación por cierre. Visiblemente cabreada, esta comerciante denunciaba que, «mientras los políticos siguen cobrando», todavía no se ha planteado ninguna solución para los autónomos y pequeños empresarios. «Vamos a peor, y encima todavía no se avista la luz. Estoy más que harta», zanjaba. Y es que mientras el coronavirus no deja de expandirse, otros virus corren como la pólvora entre la población. La pobreza, cada vez más acusada, el descrédito de la clase política ante el constante cambio de normativa y el hartazgo son hoy enfermedades cada vez más contagiosas. Según los últimos barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el 56,8% de los españoles afirma que la gestión política de la pandemia no les merece «ninguna» o «poca confianza», mientras que solo el 31,6% dice que siente «mucha» o «bastante» confianza. Además, en julio, la última vez que se preguntó por el asunto, el 96,5% de la población creía que las consecuencias económicas del covid iban a ser «muy graves» (78,4%) o «algo graves» (18,1%).

«¿Mi trabajo no vale nada? Quiero que me expliquen eso. Abro de 10 de la mañana hasta las 20.15 horas de lunes a viernes. Y no gano para pagar los gastos», se quejaba Ana Bosqued, propietaria de la tienda de recuerdos ¡Qué majico!, en la plaza del Pilar. «Llevamos desde marzo a cero. Y cada cierto tiempo es un volver a empezar, otra vez en la casilla de salida y cada vez con menos dinero. Ya no nos queda colchón. No nos queda mucho tiempo. Y para colmo ayer me llegó el recibo del ICA», proseguía con los ojos vidriosos.

Esa sensación, la de volver una y otra vez al principio de la pandemia, la tienen también algunos hosteleros. «Hoy han venido los comerciales y se han despedido de nosotros. Muchos se van al erte, como en marzo. Es igual que entonces», comentaba Miguel Ángel Almau, que ha decidido seguir abierto a partir del lunes aprovechando su terraza. «Nos quedaremos trabajando dos de los doce que éramos en febrero. Y los días que llueva pues fiesta», decía entre risueño y cabreado.

A su lado, un compañero iba más allá: «Nos están arruinando, yo ya no me creo nada. 2020 será recordado como el año de la barbarie», decía. Su bar, otro de los históricos de El Tubo, corre peligro. Y así, conforme los políticos siguen discutiendo sobre qué es mejor y cuál es el método para frenar al virus, la ciudadanía se muestra cada día más perpleja, más confusa y más desencantada. Todo estalló en España el día 15 del tercer mes del año, en los Idus de marzo, fecha que pasó a la historia por ser el día en el que asesinaron a Julio César. El fin de una época. El comienzo de una nueva crisis que no hace más que acrecentarse