Ningún aragonés podría negar su apoyo y simpatía al movimiento Teruel Existe. Por el contrario, su manifestación de hoy en Zaragoza ha despertado las más variadas adhesiones políticas, sociales y culturales, a título individual o colectivo. La situación de esta provincia traspasó hace ya tiempo la frontera de lo meramente inquietante para adquirir un cariz trágico: aislamiento, postergación, despoblación y pérdida de cualquier esperanza. Teruel, repitiendo el verso de Labordeta, va camino de nada y no sabemos muy bien cómo parar semejante deriva.

Esa es la clave: la incapacidad para establecer medidas efectivas que frenen la conversión en desierto de buena parte de Aragón. Teruel Existe reivindica desde hace casi veinte años una serie de infraestructuras (autovía, ferrocarril, redes informáticas, hospitales...) e inversiones públicas cuya lógica resulta aplastante. Una provincia situada a mitad de camino entre la España del Norte y la del Sur, la del interior y la de la periferia mediterránea, debería haber contado con mejores comunicaciones desde siempre... si no fuese porque la estructura radial de las vías de alta capacidad han penalizado siempre a los territorios y espacios situados fuera de las líneas que acaban y se entrecruzan en Madrid.

Teruel carece de un ferrocarril digno de tal nombre. Su capital fue la última de España en tener acceso y salida por autovía. No ha logrado aún hacer realidad la A-40, ni recibir a la A-68, ni que se modernice el eje ferroviario Cantábrico-Mediterráneo, ni tantas otras cosas. Algunos creen que ello se debe al centralismo de Zaragoza, pero creo más bien que la culpa última y decisiva es del centralismo de verdad, el de Madrid. Eso, y que la constante pérdida de población crea un terrible círculo vicioso pues rebaja el peso político de un territorio, reduce su capacidad de demanda y acaba dejándolo sin masa crítica para reaccionar. Por eso, el SOS turolense debe ser atendido por Aragón y por España, esa España en la que tanta fe suelen poner los jefes de la confiada Tierra Noble.

Pero en esta ecuación hay otra incógnita fundamental. Hacemos muy mal cuando nos limitamos a comprender a los turolenses y a darles palmaditas en la espalda para que se recreen en el victimismo. Porque si los problemas de la provincia han de tener solución, también sus habitantes deberán realizar un esfuerzo positivo. Sin un programa-proyecto realista y atento a las reglas de la actualidad (eficiencia, creatividad, sostenibilidad y visión de futuro) no hay nada que hacer. Está ocurriendo que el Fondo Especial y el Plan Miner no alcanzan objetivos consistentes. Grandes inversiones como la hecha en Motorland han resultado ser un fracaso en términos de coste-resultados (porque la A-68 no llega a Alcañiz, pero también porque aquello se hizo sin pies ni cabeza).

Sin iniciativa, sin una comprensión real de cómo funciona el mundo, a Teruel sólo le queda llorar, declinar y consolarse con las falsas promesas de las campañas electorales. Sin apostar por los nuevos factores de desarrollo, en vez de aferrarse a viejos imposibles como el carbón, el fracaso es seguro. Ánimo, pues. Y adelante.