La Fundación para la Atención Integral del Menor (FAIM) ha auxiliado en los tres últimos años a 212 familias con problemas de violencia de los hijos hacia los padres. Un problema creciente por el que, en 2014, decidieron poner en marcha la iniciativa conocida como Espacio Ariadna, cuyos resultados hasta el momento dieron a conocer ayer. En cierta forma son esperanzadores, ya que al menos un tercio de los inscritos han terminado el proceso con éxito, sin contar otro tercio que siguen asistiendo al programa.

La violencia filoparental ascendente, como se conoce técnicamente a este problema, se da en todos los estratos sociales y en un sinfín de situaciones, tantas como familias, explicaba el gerente de FAIM, Pedro Coduras. Es cierto que hay «sobrerepresentación» (más casos) en familias monoparentales y con hijos adoptados, pero no deja de tener su lógica: en los primeros, el menor ya lleva la carga emocional del divorcio o la separación, y en el segundo -se supone que con adopciones en edad avanzada-, el estigma del abandono. Aún así, el desencadenante de los episodios violentos es de los más variado, desde la muerte de un familiar querido a un traslado de ciudad.

Hace ya tres años que en FAIM comenzaron a recibir avisos del aumento de casos desde la Fiscalía de Menores, centros de internamiento o educadores. Pusieron en marcha el Espacio Ariadna, donde los educadores sociales tratan con toda la familia y los menores reciben ayuda de unos mentores, jóvenes algo mayores que ellos (suelen ser de entre 13 y 18 años), con los que realizan todo tipo de actividades, desde repaso escolar a salidas al cine.

Los motivos no son estandarizables, advierte Coduras, y el tópico del niño rey al que se le concede todo es un factor, pero no el único. Siempre se trata de un problema en dar salida a las emociones, porque «el cariño está», latente, pero se expresa de forma totalmente errónea, con violencia. Aún así, se puede seguir un tratamiento socioeducativo como este para solucionarlo.

De los casos que han atendido, dos tercios se han solucionado bien o están en vías de hacerlo, un 20% han abandonado la terapia y un 13% se han derivado a tratamientos de salud mental o deshabituación de narcóticos, si este era el problema de fondo.