Los padres de Francisco Javier Cobas Ligero, de 39 años, fallecido en el accidente del Yakovlev-42, revivieron ayer los amargos días de finales de mayo del 2003, cuando enterraron en el cementerio de la localidad barcelonesa de Cornellá a su hijo. O al menos eso creían. Ayer, llenos de asombro y dolor contenido, supieron que en el nicho ante el que han llorado durante este tiempo se encuentran los restos del comandante médico Felipe Antonio Perla que, pese a ser natural de Madrid, vivía en Valencia con su familia. En cambio, el cuerpo sin vida de Francisco Javier Cobas Ligero descansa en una tumba de la ciudad de Albacete.

Aunque había nacido en Ceuta, Cobas Ligero llevaba unos treinta años afincado en el barrio del Padró de Cornellá, donde residen su esposa y su hija y donde él había pasado su niñez y su juventud.

"Es una vergüenza", repetía ayer el padre de Francisco Javier, que todavía recordaba que, si el Gobierno del Partido Popular hubiera atendido las quejas de los soldados por las nefastas condiciones en que viajaban, "él aún estaría vivo".