Terriente, Moscardón, Toril y Masegoso, El Villarejo y El Vallecillo aparecen a medida que la estrecha carretera serpentea entre campos de labor y pinares milenarios que han dado durante decenas de años el sustento a las gentes de estos municipios. Ahora, apenas poblados por los hombres y mujeres que, después de tanto tiempo, se niegan a abandonar su tierra.

En sendos habitáculos --al cual más pequeño-- que hacen las veces de consultorio médico y botiquín, la farmacéutica espera la llegada de los habitantes de El Vallecillo que llegan a cuenta gotas con sus recetas. "Hoy he conducido 90 kilómetros para atender a cuatro personas", dice la responsable del botiquín, Beatriz Pérez, quien se desplaza un día a la semana desde Albarracín por carreteras angostas para ofrecer un servicio de farmacia que no tienen en los pueblos.

La despoblación

Desde hace unos días, los alcaldes de estas localidades de la Sierra de Albarracín estudian una fórmula para solicitar al Departamento de Salud de la DGA una ayuda que solvente la situación en la que se encuentra este servicio de atención farmacéutica. "Está claro que la dispersión de las poblaciones pequeñas y las malas comunicaciones hacen nada rentable este sistema", explica el primer edil de El Vallecillo, Santiago Jiménez.

Mientras estos los ayuntamientos disponían de importantes ingresos por la tala de pinos, las ayudas municipales a servicios como el teléfono público, el transporte o la atención farmacéutica no suponían un gran desembolso a los municipios. "Con la reducción de las talas y el actual bajo precio de la madera, es muy difícil hacer frente a estos gastos", dice el alcalde de Moscardón, Manuel Murciano.

Quizá sea El Toril, con doce habitantes en estos momentos, el municipio que sale peor parado, ya que "no existen ingresos por la tala de pinos ni hay suficiente población como para recabar dinero a través de impuestos", dice su responsable municipal, Javier Dalda, quien piensa que "el Salud debería negociar" con la farmacia que ahora se ocupa de dispensar medicamentos a la escasa población de esta localidad.

Angel y Eloina residen en Moscardón desde que nacieron. Saben que su pueblo ha perdido en los últimos años dos tercios de la población, pero se consideran afortunados de que la médica, el panadero, el pescadero o la farmacéutica les visiten todas las semanas para atender a las 28 personas que aún viven en la localidad. "No nos podemos quejar", dicen ambos, quienes reconocen que los últimos servicios impulsados por el ayuntamiento --bar, hotel o restaurante-- han mejorado la calidad de vida de sus habitantes.

En la sala de espera del consultorio médico de Moscardón, conversan cuatro vecinos sobre los tiempos en que las casas del pueblo albergaban a jóvenes y a niños. Con los medicamentos en la mano, se despiden hasta la semana siguiente. Mañana toca ir a por el pan... Y es que no siempre es del día.