Cuando curiosamente falta una cuarentena para terminar el año, para liberarnos de este terrible calendario que se ha quedado grabado a fuego en la historia, decimos adiós al profesor Solsona Motrel porque su corazón ha decidido parar el tiempo mortal y abrir la puerta de la inmortalidad, dejándonos sobre su mesa las últimas páginas de los libros que estaba concluyendo, las últimas confidencias de un catedrático que se sentía profundamente unido a la ciudad en la que vivía y a la que profesaba un infinito amor desde el conocimiento de todas sus realidades humanas, especialmente de su pasión por ese barrio de San Pablo al que ha dedicado desde una revista anual -en la que nos involucraba a todos- hasta sus mejores trabajos. Zaragoza, que le dedicó una calle, ha perdido a uno de sus más entusiasmados cronistas que se ha ido al otro mundo añorando el ser Hijo Predilecto de la ciudad, ilusión congelada en este terrible error tan español de que es mejor dar satisfacción a los muertos que a los vivos.

Pero con su muerte no sólo ha perdido su ciudad natal de Zaragoza porque es evidente que su saber trascendió a toda nuestra Comunidad y se centró en algunas realidades que nos permiten sentirnos satisfechos de ser aragoneses. Miguel Servet y Francisco de Goya fueron dos buenos ejemplos de lo que apunto, porque en sus biografías logró poner a flor de piel los rasgos de la identidad de las gentes que han hecho posible esta sociedad y esta cultura de Aragón. Como lo hizo con otros personajes a los que dedicó alguno de sus libros: el universal Miguel Fleta y el inolvidable Pastor de Andorra, en cuya trayectoria también se deja bien claro el afán de los aragoneses por mejorar, por crecer en sus habilidades, por sentirse universales. Con la presencia de ellos ha trabajado durante todos estos años, logrando la recuperación de su memoria, de sus palabras, de sus pinceladas, de sus voces.

La enorme importancia cultural del legado del doctor Fernando Solsona, catedrático de nuestra Universidad de Zaragoza, ha trascendido a otros ámbitos más académicos entre los que quiero recordar su presencia en las reales academias de Medicina, de Ciencias y en la decana de Bellas Artes de San Luis, en la que puso en marcha muchas acciones que ahora podría tipificar en tres líneas: recuperar el mundo de los grandes joteros como aportación cultural de rango académico, trabajar en la vinculación a esta tierra de los hijos que emigraron, como fue el caso del gran músico Peridis, y volver a recuperar esa visión de los médicos humanistas que -al modo del recordado Marañón- nos aportaba una nueva visión de los seres humanos desde el dolor. No podemos olvidar ese discurso con el que ingresó en nuestra Real Academia y en el que abrió el rico mundo de Goya y la enfermedad, absolutamente necesario para entender al maestro de Fuendetodos.

Por todo ello y por multitud de claves que no debemos recoger en una laudatio apresurada, la Real Academia de Bellas Artes quiere darle las gracias por lo que pudimos aprender de él, por lo que nos permitió aportar a la construcción de la identidad aragonesa, por lo que nos propuso como reflexión de nuestro legado patrimonial. Como escribí hace poco, en un libro de necrologías académicas, en el que se editará el que podría ser su último escrito, queremos concluir que nuestro compañero, el doctor Solsona, nos enseñó que la vida es una reflexión sobre la muerte, al modo de Cicerón, y que por ello es necesario ir construyendo con mucha generosidad y afecto razones y emociones que puedan justificar la andadura.

Al dejarnos una obra intelectual tan extensa e intensa, merece que celebremos que el profesor Solsona sigue viviendo en esa cadena de logros en descubrimientos médicos, empresas culturales como el Ateneo de Zaragoza, libros publicados, estudios o labores de relevancia en el quehacer científico o artístico. Todos ellos no son más que el testimonio de su intenso y concienzudo trabajo, de su amor por Aragón y de su pasión por Zaragoza. Y como fondo de este legado el regalo inmenso que hizo a muchas personas, como médico, de poder seguir viviendo y viendo la belleza de los amaneceres en esta tierra que hoy -más que nunca- lo ha hecho eternamente suyo.