Es curioso que, tras la rápida pero dolorosa eliminación de España en la Eurocopa, el presidente de la Federación de Fútbol haya declarado muy orondo que el seleccionador nacional va a seguir por dos años más, y aquí no ha pasado nada. Oye qué bien. Ayer salió por la tele el propio Iñaki Sáez, muy compungido el hombre, y explicó lo que había pasado. Cosa de nada: se ha trabajado bien, los jugadores se han portado y lo único, lo único... que no han entrado los goles. Un detalle tonto. Si el equipo hubiera saltado al campo vestido con medias caladas, plumas de marabú, lentejuelas y tangas, pues eso sí que hubiese sido un fallo garrafal. ¡Pero los goles! ¿Qué culpa tienen los entrenadores de que no haya goles? ¡Si ellos no juegan!

En el fútbol, como en casi todo lo demás, los españoles de cierta posición suelen ser extremadamente indulgentes con el fracaso, sobre todo cuando dicho fracaso es culpa suya. Aquí casi no hay casos de dimisión fulminante cuando se falla. La consigna es aguantar, que resistir es vencer. Y el sistema además tolera muy bien las pifias, las comprende e incluso las mima. Fíjense ustedes cómo será la cosa que en bastantes casos es más seguro para la promoción personal incurrir en algún fallo y exhibir cierto nivel de mediocridad que tener éxito.

Si lo haces todo bien, tienes personalidad, obtienes buenos resultados y eres capaz de trabajar en equipo, no es difícil que quienes mandan más que tú empiecen a recelar. Incluso si tu único juez y amo es la opinión pública (caso de los políticos), también puedes suscitar la manía del personal por pasarte de listo o ser un chulo. Es mucho más conveniente hacer las cosas sin ruido, sin deslumbrar a nadie, metiendo la pata de cuando en cuando. O mejor aún, no hacer apenas nada; como aquella alcaldesa que tuvo Zaragoza, promovida de inmediato a más altos puestos.

O sea que tranquilo, Iñaki, si te gusta el cargo, tú sigue. Ya aprenderán los chicos a meter goles.