Las asociaciones empresariales de las comarcas del Cinca Medio, Bajo Cinca y La Litera sospechan que el brote de coronavirus que les ha obligado a retroceder en la desescalada tiene que ver con la movilidad económica y social que va aparejada al auge de la agroindustria. También con la dura existencia de varios miles de temporeros, trabajadores precarios en los que se sostienen las tareas más penosas del sector: la recogida de fruta y otras tareas del campo, así como los trabajos no cualificados en granjas y mataderos.

La ribera del río Cinca vertebra un territorio en el que se concentran capitales comarcales como Fraga, Monzón, Binéfar y Caspe concentrando buena parte de la población de la provincia de Huesca. En todas ellas el sector frutícola y ganadero mantiene un notable vigor del que se benefician las industrias instaladas en sus polígonos, muchas de ellas con el cometido de dar servicios (tanto materiales como tecnológicos) a los productores de carne y fruta. «El sector primario ya está muy industrializado», asegura uno de los miembros de la junta rectora de la Asociación Empresarial Intersectorial del Bajo/Baix Cinca, Gonzalo Portolés. Sin embargo, los ritmos de maduración marcan y durante la pandemia no se pudo hibernar como se debía la economía y eso puede marcar la situación actual. «Además todos ellos requieren mucha mano de obra», precisa.

Denuncias laborales

Y ahí es dónde se encuentra la parte menos edificante del entorno. Pese a las medidas aprobadas por el Gobierno de Aragón para garantizar la prevención, la realidad es que la precariedad y el hacinamiento forman parte del día a día de los temporeros. En pueblos como Ballobar intervinieron las autoridades para desalojar una casa con una veintena de personas, pero en otros sitios no se ha actuado con rapidez. Y eso sin olvidar las denuncias laborales de los sindicatos que han podido conocer la situación de los dos grandes mataderos de Binéfar.

«Son imágenes que nos retrotraen a tiempos pasados, sin que hasta la fecha se haya encontrado una solución decente y eficaz, de no haber sido por la pandemia, esta realidad seguiría oculta, salvo por algún conflicto puntual», aseguran desde la asociación AragónESmás. Piden sobre todo la implicación del Gobierno de Aragón para acabar con la situación de precariedad que no parece importar a nadie. «No entendemos cómo en pleno siglo XXI, nos sobran piscinas, pabellones deportivos y polígonos industriales y no sabemos solucionar un problema de derechos humanos que afecta a estos trabajadores».

Redes de apoyo

La presidenta de la Asociación de Comerciantes de Monzón, Bea Arregui, manifiesta que los propios temporeros, a pesar de su situación, contribuyen a los flujos sociales de estas comarcas. Gracias a sus redes de apoyo y a los vínculos vecinales se avisan sobre ofertas de trabajo y de viviendas. «No es raro que vivan en Binéfar y se desplacen a otras localidades para trabajar», pone como ejemplo. Algo que también pasa para desarrollar labores administrativas o para las compras.

Por otro lado, el confinamiento, que pone en jaque al sector comercial y hostelero con un nuevo parón indefinido, se entiende como una herramienta necesaria ante el riesgo de colapso del hospital de referencia para la zona, el de Barbastro, en la comarca del Somontano y con una capacidad reducida.

Las razones históricas de esta evolución económica están ligadas al agua. Las del río Cinca y las del canal de Aragón y Cataluña. Una de las integrantes del Centro de Estudios Literanos, Silvia Isóbal, autora también del libro La industrialización de Binéfar, destaca que la riqueza de la zona ha estado ligada a la evolución de los regadíos, de forma que el desarrollo de sus vecinos ha ido parejo a las comarcas leridanas del Segriá y la Segarra. Esto hace que las fronteras solo sean algo adminsitrativo, según indican. Grandes integradoras catalanas de porcino, como Guissona y Valls Companys son el soporte de buena parte de las economías familiares, que además, se han beneficiado de la proximidad de grandes centros de consumo como Zaragoza o Barcelona. «Las harineras se instalaron hace unos cien años para dar servicio a las grandes urbes», explica.

En este momento la globalización ha cambiado las cosas y zonas como la Litera alta (en la que se encuentran pueblos como Peralta de las Sal o Azanuy) también sufren el problema de la despoblación que azota al resto de la comunidad aragonesa, un problema general del que el resto de municipios del entorno están relativamente a salvo.