Las fiestas de invierno tienen sus inconvenientes. Sin ir más lejos, por culpa del cierzo, el barrio rural de San Juan de Mozarrifar de Zaragoza se quedó ayer sin encender la hoguera de San Antón. Solo los vecinos de Garrapinillos le plantaron cara a un frío que luego no lo fue tanto. Porque posiblemente existan pocos sitios más acogedores que los alrededores de una hoguera.

A las cinco de la tarde la leña ya estaba prendida. Casi toda era de frutal, pues las oliveras, que tienen mejor madera, no son habituales por la zona. «Los que tienen una se la guardan para casa», asegura pendiente de las brasas Fernando Lobera. Pertenece a la peña Veteranos, que desde hace bastantes años colaboran en todo lo que pueden para animar el barrio. La lejanía con el centro de la ciudad se compensa con un programa propio de festejos basado en la colaboración.

El menú de San Antón es bien conocido. Chorizo, longaniza, panceta, morcilla. Pan y vino. Para los más pequeños, refrescos. Un grupo de siete chavales se ha escapado a la parte de atrás a enredar con unos tablones hasta que el padre de uno de ellos les llama la atención. Como no hay música, los gritos que se escuchaban desde la cola para recoger el bocadillo los ha delatado.

La hoguera de Garrapinillos se celebra en el llamado Espacio Cruces. Una gran nave abandonada, un amplio cubierto de uralita y un gran solar al lado donde están las seis parrillas sobre las brasas. Lo mejor es que tiene sitio para aparcar. El antiguo propietario se lo cedió a la alcaldía para este tipo de usos y el banco que se lo ha quedado permite el disfrute vecinal. «Mientras tengamos permiso lo emplearemos», dice pragmático el alcalde del barrio, Mariano Blasco.

UN EURO DE ENTRADA

«El año pasado la hoguera salió por la televisión y vino gente hasta de Utebo antes de que terminara», explican Chus y Carmen. También son voluntarias y se encargan de cobrar un euro a todos los que quieren entrar en el espacio. El importe se destinará a pagar los ochenta kilos de carne que se han comprado para los dos centenares de vecinos que se esperan, unos pocos menos que otras ediciones.

Los miembros de la Junta Vecinal son los más activos a la hora de trocear la brasa y meterla en el pan. El objetivo es que la gente tenga que esperar lo mínimo posible. «Esta es una de las tradiciones más populares del barrio», explica Consuelo Mauleón. La solitaria hoguera se convirtió de este modo en una evocación del pasado agrario de la zona, cuando las antiguas torres estaban llenas de animales y la bendición de San Antón era preceptiva para asegurar su bienestar. De tiempos pasados también habla la pintada Quintos Garrapinillos 1999 a punto de borrarse del muro del Espacio Cruces.

CONEJA CON INSTAGRAM

Durante la mañana fue en el centro de la ciudad, en la iglesia de San Pablo, donde se entonaron las coplas alusivas a la celebración. Como todos los años, varios centenares de vecinos acudieron con sus mascotas a la llamada de San Antón y su tocino. Había un poco de todo. Entre los asistentes se pudieron ver desde a la clásica burra Chenoa hasta al alcalde de Zaragoza (sin que esto suponga una asociación ofensiva). Y muchos perros con abrigo, algunos gatos, una gallina, una tortuga... Y varias ninfas dentro de sus jaulas. Los móviles no daban a basto para tanto selfie como era necesario.

A pesar de los ladridos del exterior, los canes que entraron en el templo guardaban una especie de silencio respetuoso (aunque sin controlar las babas) mientras el cura leía el pasaje del hombre poniendo nombre a los animales. La coneja Leito, que vive con su dueña Sonia Sánchez en Puerto Venecia, se mostró piadosa y formal en el interior de su transportin. Habitualmente cuelga su día a día en su cuenta de Instagram: @leito_the_rabbit. Poco después de la bendición escribió que la experiencia había sido demasiado agobiante.

Entre los asistentes, que se tratan con familiaridad, existía un motivo de preocupación: desde hace dos años no acude a la cita la iguana que solía acaparar las fotos de los periodistas. Qué habrá pasado.