Las calles de una ciudad cambian cada pocos años, aunque a veces esa transformación es imperceptible. Un barrio que parecía condenado a la marginalidad, de repente, se pone de moda, se aburguesa y suben los alquileres. Sin embargo, en el tejido urbano siempre quedan restos del pasado. A pesar de que la piqueta de los especuladores se empeñe en destruir fachadas, memorias y callejones. Los surtidores de gasolina son parte de esa resistencia, restos de un entorno urbano menos sostenible, partes fundamentales de los ensanches. Postes que los planes de reordenacion urbanística no han podido desanclar.

La youtuber Ter, acostumbrada en su canal a la divulgación arquitectónica, destacaba hace unas semanas la importancia que el diseño de las cubiertas de las gasolineras ha tenido a lo largo de la historia. Ponía como ejemplo las setas diseñadas por Norman Foster en 1997 para la empresa Repsol. Se han convertido en un icono de las carreteras por su funcionalidad y simplicidad. Dos adjetivos que se pueden aplicar sin dudas a la obra de José de Yarza García de los años 60 para la estación de servicios de Los Enlaces. Esta estructura, de enorme valor artístico, tiene su propia sección en la exposición sobre arquitectura industrial que todavía se puede ver en el Centro de Historias de Zaragoza.

AVENIDA DE VALENCIA

La avenida de Valencia acoge desde los años cuarenta una singular estación de servicio. Sus vecinos está más que acostumbrados a esta instalación y el olor a gasolina forma parte de su memoria. «Hemos convivido durante toda la vida, no nos supone ningún tipo de molestia», afirma el propietario de Ultramarinos Casablanca, José Luis Muñoz. El comercio tiene nombre con memoria, como el edificio racionalista de ladrillo que la cobija. «Nunca se ha producido ni el más mínimo conato de incendio», precisa.

De hecho, destaca que los viejos surtidores, aunque no lo parezca, aportan un foco de seguridad para el barrio. Están abiertos durante las veinticuatro horas del día, siempre con una persona despierta en su interior. Eso ofrece más confianza que cualquier videovigilancia, aseguran.

El pasado del barrio de las Delicias como ensanche industrial y obrero se conserva en otros muchos espacios: en los viejos garajes o los actuales talleres, casi todos en fase de reconversión en concesionarios de motos.

La corriente actual es apostar por las llamadas electrolineras, pero aún tardarán muchos años en convertirse en parte del paisaje. Las pocas que se pueden observar están casi siempre a la espera de que se detenga un vehículo junto a ellas. La marca azul en el suelo será sostenible, como marcan los tiempos, pero aún no garantiza usos frecuentes.

FUERA DEL CENTRO

La exposición del Centro de Historias sirve para recordar otro de esos edificios capaces de convertirse en parte de la memoria de un barrio. Ocurrió en Santa Isabel, con la torre neomudéjar de la compañía Campsa. En los años cincuenta estaba iluminada con unos neones escandalosos y sirvió como punto de referencia a muchos camioneros que abanonaban la ciudad. Ahora, tras su desmantelamiento, solo quedan las fotos.

La tendencia es imparable. «No, no hemos intervenido para nada en el tema desde el Ayuntamiento de Zaragoza mas que para quitarlas, para decir: quite usted las gasolineras que son un peligro público y son compatibles con una ciudad sostenible: si tiene que salir a coger gasolina, pues váyase fuera de la ciudad, Sin embargo, la de la plaza San Francisco ahí está, y se perdieron no sé cuántos pleitos. Y la tendremos que aguantar durante ni se sabe los años», ha reflexionado esta semana el que fuera jefe de servicio de Tráfico y Transportes, Antonio Ramos, para una entrevista sobre la historia de la movilidad que publicará el próximo mes en este diario Estrella Setuáin.

El surtidor de la calle La Milagrosa en Ciudad Jardín, parece un pequeño oasis, aunque conserve depósitos de diésel bajo el suelo. Adaptada a la escala humana de su entorno, ofrece una estampa peculiar, como de otro país. Los usuarios dicen que sus precios son competitivos, que vale la pena el desplazamiento. En la parte trasera, la escultura Manos de Rafael Barnola alza una bola del mundo en lo que parece una alegoría kitsch de la lucha contra el cambio climático.