Sebastián Pozas Perea, el general zaragozano que dirigió la Benemérita al principio de la Guerra Civil, no era un militar golpista. Todo lo contrario: desde el primer momento de la sublevación, e incluso meses antes del 18 de julio de 1936, cuando se palpaba una conspiración contra la II República, defendió con ahínco aragonés al poder político legalmente constituido. Con ello consiguió que una buena parte de la Benemérita, más del 50%, se mantuviera fiel al Gobierno en toda España.

Esa fue su nada desdeñable colaboración para tratar de que no triunfara la sublevación encabezada por el general Franco, con quien había coincidido en la guerra de Marruecos. Pero, a pesar de que ambos se habían forjado en África, Pozas era la contrafigura del futuro dictador: un masón de ideología republicana que acabó afiliándose al Partido Comunista y que carecía de la más mínima ambición política.

«Era un militar a secas, un mando disciplinado que acataba sin pestañear las directrices del poder civil», subraya el coronel de la Guardia Civil Jesús Núñez, doctor en Historia por la UNED, que hace estas declaraciones autorizado por la Oficina de Relaciones Informativas y Sociales (ORIS) del instituto armado.

Por ello su figura está de plena actualidad en unos momentos en que grupúsculos de militares jubilados, vulnerando la obligada neutralidad del Ejército, envían cartas al Rey atacando al Gobierno «socialcomunista» que «amenaza la cohesión de España».

Cambios de destino en cadena

Pozas ya había mostrado su talante democrático cuando se produjo la victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936. Franco amagó con dar un golpe de Estado al pedir apoyos para que se declarara el estado de guerra. Pero el general aragonés, que dirigía un cuerpo respetado, bien pertrechado y repartido por todo el territorio nacional, no accedió a esa petición. Franco buscaba con ello que todo el poder recayera en la jerarquía militar, algo que Pozas vio como una maniobra para anular la voluntad popular.

Fue a partir de entonces cuando Sebastián Pozas, de 60 años, desplegó su mayor actividad. «La República sabía que la insurrección estaba encima y el máximo responsable de la Guardia Civil empezó una desenfrenada política de cambios de destino forzosos de los mandos del cuerpo, con el fin de que no tuvieran tiempo ni ocasión de contaminarse de las ideas golpistas de la mayoría de los jefes militares de sus respectivas plazas», señala el coronel Núñez.

Así, en pocos meses, de febrero a julio de 1936, los 26 coroneles de la Benemérita fueron trasladados a otras unidades. Y lo mismo pasó con 68 de los 74 tenientes coroneles, y otro tanto con 99 de los 124 comandantes y 206 de los 318 capitanes, según Núñez. «Algunos de ellos cambiaron de destino hasta tres veces, a un ritmo vertiginoso», dice el historiador militar.

Ofensivas fallidas

Era una carrera contrarreloj. Y Pozas no escatimó esfuerzos. Llamó por teléfono a todos los mandos de la Benemérita, uno por uno, en todas las comandancias, para recordarles que el cuerpo siempre había defendido el poder legalmente constituido. Así fue como retuvo del lado de la República plazas tan importantes como Madrid, Barcelona y Valencia, entre otras.

Cuando estalló la guerra, Pozas, que cometió el error de cambiar el nombre de la Guardia Civil, fue nombrado ministro de Gobernación. Pero durante el conflicto, al frente de un Ejército que apenas merecía ese nombre, «su estrella declinó», apunta Núñez. Llevó la defensa de Madrid y dirigió las ofensivas fallidas para tomar Huesca y Zaragoza, así como el frente de Aragón, que se vio desbordado por los franquistas. Murió en México en el año 1946. Y más de 70 años después se le recuerda como el prototipo del militar constitucional.