Nadie parece creer en las posibilidades de Zaragoza como ciudad atractiva, culta, refinada y capaz de ofrecer actividades interesantes en todas las estaciones. Nadie (o casi nadie) impulsa ideas, propone novedades y lanza iniciativas que refuerzen los reclamos tradicionales de la capital aragonesa (el Pilar, las fiestas mayores, la marcha nocturna y un par de monumentos). Es curioso que cuando en Bilbao se plantearon recuperar la Ría en una audaz y admirable operación urbanística pensaron inmediatamente en montar factores de centralidad completamente nuevos y se cogieron una franquicia del Guggenheim (que por cierto les funcionó estupendamente). En ningún momento les dio por proponer trasladar allí el estadio de San Mamés. Aquí, sin embargo, ya ven el lío que nos traemos con La Romareda. Qué originales.

Como digo, la obsesión inmobiliaria lleva mártires a las instituciones públicas (Ayuntamiento y DGA incluso se disputan los clientes y se boicotean mutuamente los proyectos urbanísticos); pero la iniciativa privada (ya lo decía el otro día mi amigo Gistain) tampoco ayuda demasiado. En agosto cierra por vacaciones y el resto del año se limita estrictamente a cuidar sus más inmediato intereses. El 2008 ha venido a remover un poco el panorama, mas queda por ver no sólo si el BIE nos concede la organización de la Exposición Internacional (que no Universal como solemos decir demasiado a menudo) sino también si somos capaces de poner en marcha un certamen que atraiga visitantes por millones y deje en Zaragoza unas instalaciones y un impulso que refuercen los argumentos comerciales de la ciudad.

¿Qué argumentos? Hombre, pues por ejemplo uno o varios festivales o ciclos culturales de fama nacional e internacional, algún o algunos restaurantes con estrellas Michelin (en Huesca los hay), un verano más activo... y un museo y/o centro de interpretación dedicado a Goya.

(Continuará)