Un olor fuerte e inquietante se cierne siempre sobre la antigua fábrica de Inquinosa, que está cerrada desde principios de los años 90. La instalación industrial no está vigilada y, en su interior, da la impresión de que la producción se hubiera parado, sin previo aviso, de un día para otro. En las oficinas sin cristales amarillean talonarios de albaranes y octavillas con las normas de seguridad. Aquí y allá, se amontonan al aire libre bidones desintegrados o degradados por el paso del tiempo y el efecto de los contaminantes. Y en las naves, abiertas al viento y con goteras, se acumulan centenares de tambores de cartón repletos de polvo blanco de lindano en estado puro.