Esta información pertenece a un reportaje titulado: «Posibilidades de epidemia en Europa», publicado en el periódico 'New York Herald' el 30 de diciembre de 1898, en medio de una epidemia de gripe que afectó a los Estados Unidos y acabó propagándose por Europa.

Lo llamativo es que nueve años antes, en 1889, Rusia ya se había visto azotada gravemente por una epidemia igual que había comenzado en Asia. Su alta tasa de mortandad hizo que los científicos se pusieron a investigar de inmediato sobre qué tipo de germen, virus o bacteria podía ser su causante. Hasta que en 1892, el cirujano alemán Richard Pfeiffer aisló al agente vírico que provocaba aquella gripe a la que se denominó Influenza.

Y ahora centrémonos en la siguiente fecha de hace exactamente 103 años : domingo 3 de marzo de 1918, en la ciudad bielorrusa de Brest Litovsk. Los delegados de la Rusia soviética de Lenin acaban de firmar con los del Imperio alemán la retirada de Rusia de la primera guerra mundial. Mientras, en el mismo día y a la misma hora, en el campamento de Fort Riley -Kansas- en los Estados Unidos, un médico militar comunica a sus mandos que numerosos soldados acaban de ser hospitalizados debido a un severo brote de gripe. Al día siguiente eran ya 500 los contagiados. Varios de ellos morirían a los pocos días por causa de la enfermedad.

Sin embargo y desoyendo los consejos de los facultativos, el regimiento en el que iban encuadrados los enfermos fue embarcado hacia Europa y enviado a luchar al frente francés. A los pocos meses se contaban por decenas de miles los soldados enfermos de gripe a ambos lados de las trincheras, causando más bajas, incluso, que la metralla y las balas. Pero para no bajar la moral de la tropa ni inquietar a las familias, los generales de uno y otro bando impusieron una férrea censura informativa al respecto.

Pronto, la epidemia de gripe se propagó también a España, y los periódicos nacionales (ajenos a la censura, pues nuestro país era no beligerante) empezaron a informar sobre ella, así como de los centenares de muertos que estaba provocando en las provincias. Debido a la transparencia informativa de nuestro país, la prensa internacional pronto comenzó a llamar a la pandemia «Gripe española» o «Spanish influenza» -en inglés-, un Injusto sambenito asociado a la Historia de España. De hecho, a la vez que los científicos descartaban un origen hispano de la pandemia (que como hemos visto tuvo en Norteamérica su primer -al menos documentado- brote) continuaron denominándola Gripe española.

Pero independientemente de su origen (tema aún controvertido) la pandemia de gripe de 1918 afectó a los cinco continentes. Y como ocurre ahora con el coronavirus, tuvo sucesivas oleadas. La segunda (y más mortífera) se declaró en el otoño de 1918, y la tercera, entre el invierno y la primavera de 1919. El número de fallecidos por su causa pudo superar los 50 millones de personas, el 3% de la población mundial de entonces.

En comparación con la actual pandemia de coronavirus, lo más sorprendente es que ya en aquella de 1918, los científicos descubrieron que el principal modo de contagio se producía a través de aerosoles (gotitas que exhalamos al estornudar, toser y hablar) por lo que en Estados Unidos, algunos países de Europa y otras naciones del mundo, hicieron obligatorio el uso de las mascarillas en todos los ámbitos de la vida pública.

Y estos datos, por supuesto que la OMS y las autoridades sanitarias europeas y españolas los conocían al inicio de la pandemia por coronavirus que se declaró en la ciudad china de Wuhan a finales de 2019. Por lo tanto es imposible no hacerse dos grandes preguntas: La primera ¿Por qué la OMS tardó tanto en declarar la pandemia, teniendo precedentes históricos -y aún otros más recientes, como el coronavirus de 2003- tan evidentes? Y la segunda: ¿Por qué las autoridades sanitarias tardaron tantos meses en hacer obligatorio el uso de las mascarillas sabiendo que su uso ya había sido recomendado y usado eficazmente durante la pandemia de gripe de 1918?