Pocas cosas cohesionan tanto como tener un enemigo común. Por eso, cuando Guillermo I de Prusia le encargó a Otto von Bismarck la unificación de los estados alemanes, el político miró hacia Francia. París había ido observando con preocupación cómo los prusianos ganaban peso en el centro de Europa, pero cuando saltaron definitivamente las alarmas fue cuando el príncipe Leopoldo Hohenzollern se postuló para ocupar el trono de España; después de que Isabel II lo hubiera dejado vacante a raíz del golpe de Estado progresista de 1868 liderado por el general Prim.

Bismarck se dio cuenta de que aquella era la ocasión perfecta para provocar el adversario propicio. La escalada de tensiones fue en aumento hasta el punto de que, en julio de 1870, Francia declaró la guerra a Prusia, confiada en que el resto de los territorios germanos se quedarían al margen del conflicto. Se equivocó.

La guerra fue corta. Terminó el 18 de enero de 1871 con una derrota humillante para los franceses, que perdieron Alsacia y Lorena y, para más inri, fueron testigos de cómo Guillermo I se hacía nombrar emperador del II Reich ni más ni menos que en el palacio de Versalles.

Fue entonces cuando se proclamó la Comuna de París, un régimen que aunque solo duró dos meses dejó una huella profunda en Francia por sus propuestas democráticas y revolucionarias. Precisamente estos días se celebran los actos conmemorativos de su 150º aniversario.

La Comuna terminó con una represión brutal a manos de las tropas conservadoras francesas, que mataron a decenas de miles de personas. Sin embargo, hubo un asesino mucho más eficiente y silencioso: el virus de la viruela. Acabó con la vida de 270.000 soldados y causó una pandemia que se extendió por Europa durante cinco años, dejando medio millón de víctimas a su paso. Lo más impactante de este episodio es que solo murieron 459 hombres del Ejército prusiano por culpa de la viruela. La explicación es bien sencilla. Los germanos vacunaban sistemáticamente a sus efectivos. Los franceses no.

Los geógrafos Matthew Smallman-Raynor y Andrew Cliff han estudiado el impacto de las enfermedades en los conflictos contemporáneos y el caso de la guerra franco-prusiana es de manual para entender cómo nace una pandemia. Con su investigación demuestran que si bien Prusia salvó a sus soldados, condenó a muerte a muchos civiles. El error de Bismarck fue llevar a los prisioneros de guerra franceses a territorio alemán.

En 1869 ya se habían declarado los primeros casos de viruela en Francia y en mayo de 1870 se constituyó un comité de crisis para hacer frente al aumento fulgurante de casos. Ahora bien, la crisis sanitaria quedó olvidada al estallar la guerra. Una de las peculiaridades de aquel conflicto fue que por primera vez se utilizó el tren para transportar tropas, porque era el sistema más rápido y eficaz que existía. En solo siete meses, un millón y medio de soldados fueron de un lado a otro. El ferrocarril primero sirvió para ir al frente y después para conducir a los capturados a los 56 campos de prisioneros abiertos en Alemania para retenerlos. Aquello fue fatal para la ciudadanía germana porque en los sitios donde llegaban los vencidos se declaraba un foco de viruela a las pocas semanas. Y como los civiles no estaban vacunados, la cantidad de muertos fue enorme.

Un siglo y medio después, con todo lo que hemos vivido desde la aparición del coronavirus, no hay que dar más explicaciones para entender qué pasó. Las malas condiciones sanitarias, la falta de prevención y, sobre todo, no haber vacunado a la población fue fatal. De hecho, a raíz de aquel episodio, el Gobierno prusiano decidió que la vacuna contra la viruela sería obligatoria para toda la ciudadanía. En el siglo XXI, ya no tenemos guerras en el territorio europeo pero hay movimientos masivos de población fruto del turismo. Vale la pena recordar la guerra franco-prusiana ahora que los franceses van de fiesta a Madrid y los alemanes pasan las vacaciones de Semana Santa en Baleares y Canarias.

Tres años de Amadeo de Saboya

Al final, el sustituto de la reina Isabel II no fue un prusiano sino el italiano Amadeo de Saboya. Su reinado fue efímero y solo se sentó en el trono desde noviembre de 1870 hasta febrero de 1873 cuando, harto de la inestabilidad política española, se volvió a casa. Entonces se proclamó la Primera República, que también fue un fiasco.