El mundo en estado de aislamiento funciona porque unos pocos siguen al pie del cañón. Y sí, a veces pasan miedo (si no es por ellos, por sus familiares). Y sí, seguramente agradecerían que todos lucháramos por ellos (y, a veces, la lucha, es ponerse una mascarilla o quedarse en casa). Y, sí, tienen una obligación moral. La de quien, por encima de un sueldo, tiene un compromiso. Una tarea que hay que cumplir, con o sin coronavirus, con o sin receta. Ahora, aún más.

Así lo hacen Mari Carmen Cebrián e Isabel Ezquerra, en circunstancias muy diferentes. La primera, en la Farmacia Ruiz Godoy, en Montecanal (Zaragoza). La segunda, en Lanaja, en una oficina que da servicio a numerosas localidades de la zona. Ayer, el anuncio del director del Centro de Coordinación de Alertas del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, les pilló trabajando. A la misma hora en la que se hacía esta llamada para hablar con ellas, los colegios de farmacéuticos mostraban su indignación porque sus profesionales no fueran considerados «de riesgo» (lo cual implica que no necesitan, según este balance, determinadas medidas de protección). «Claro que lo somos», explicaba Mari Carmen Cebrián. «Como las cajeras o los transportistas. Hay mucha gente en primera línea cumpliendo con su trabajo». Y lo que necesitan son medidas de protección.

«Lo importante es ayudarnos». Lo dice mientras explica que, en la farmacia, tienen mascarillas para el equipo y poco más. Alguna que tenían de las suyas se la subieron «a la de la papelería» cercana, porque también está de cara al público y tiene que seguir abierta. El resto de medidas que toman en la farmacia tienen que ver con la afluencia de gente y con las distancias. Y con la reorganización de los turnos. También han colocado mamparas, pero la sensación de tensión existe.

Existe en la farmacia y también en casa. Mari Carmen y su madre, Mari Carmen Ruiz Godoy, trabajan juntas. Comparten amores. Tres hijos (o nietos) a los que ahora procuran darles menos besos. Les tocó guardia el fin de semana y saben que esto es para largo. «Claro que le llevamos la medicación a quien lo necesite e intentamos adaptarnos. Eso te sale».

Le sale a ella y a muchos compañeros. Le sale a Isabel Ezquerra, farmacéutica de Lanaja. Allí hay mucha población mayor y el centro de salud ha cerrado ya, aunque hacen atención telefónica. Allí funcionan con mascarillas que les han cosido algunas señoras del pueblo. Y están a todo, porque también toca atender los botiquines de varias localidades cercanas (Cartuja de Monegros, San Juan de Flumen y Cantalobos). «La población es mayor y, con el ayuntamiento, echamos una mano para que reciban la medicación en sus casas», explica Isabel. «A veces, simplemente necesitan preguntar algo y nosotros intentamos transmitir seguridad, que es lo mejor que podemos hacer». Como en otros sitios, hay cosas de las que ya no hay abastecimiento. Como en otros lugares, ahora, más que nunca, intentan escuchar a sus vecinos, a esa gente cercana en la que conocen bien en las farmacias. Y todo tiene su parte positiva, más allá de la obligación. «Es gratificante poder ayudar».