Madrugar para asistir a una comisión extraordinaria en el Ayuntamiento de Zaragoza tiene recompensa. Es como acudir a una tómbola, que tiene espectáculo y casi siempre premio. Ni el rey de los saraos televisivos Jorge Javier Vázquez sería capaz de dirigir una sesión así, porque el guión cambia con tanta facilidad que no hay maestro capaz de calmar a unas fieras nerviosas por la cercanía de los comicios y los líos internos de sus partidos.

Ayer se celebraba una comisión extraordinaria y conjunta de Economía y Servicios Públicos, solicitada por el PP -que le ha cogido el gusto- en la que se debatió sobre las consecuencias que tiene para las arcas públicas que el consistorio se enfrente a una deuda de 50 millones en concepto de revisiones de precios que le reclama FCC.

Para celebrar una sesión así solo hay una regla: que haya quórum, además de tener modales. En el caso de ayer tenía que haber siete concejales presentes de los 31. Cuando solo faltaba una única pregunta, que tenía que responder el concejal de Servicios Públicos, Alberto Cubero, el secretario rompió la tensa calma para decir que se estaba incumpliendo esta norma.

Así que el titular de Economía, Fernando Rivarés, aplicando el reglamento, decidió acabar con la sesión. «Queda suspendida. Fin. buenos días», afirmó ante la sorpresa del resto de grupos porque, aunque se trata de una condición indispensable, con frecuencia se incumple y lo que hace el presidente de la comisión es un receso para que, corriendo, aparezca algún edil y se cumpla la caprichosa regla. Ayer no hubo receso y Rivarés se marchó, pero no lo hizo Cubero, sino que le preguntó al secretario si podía reanudarla ejerciendo de presidente y evitar así otra convocatoria para responder una única pregunta. Estuvo a punto de hacerlo tras recibir su aprobación, en un arrebato de serenidad y responsabilidad prefirió llamar a Rivarés para convencerle de que volviese. No respondió al teléfono. Lo intentó con su mano derecha, Ana Sanromán, que le sí lo hizo pero rehusó la opción de retomar la sesión.

Tan cómica era la situación que el propio secretario fue a buscar a Rivarés, para tratar de convencerle. Tampoco tuvo éxito porque, según dijo, Rivarés ya había abandonado el consistorio porque tenía «otro acto al que asistir».