La semana se tiñó de negro con la muerte, tan pronto, de Chesús Bernal, el dirigente de Chunta. Con él no solo se va una de las más relevantes figuras del aragonesismo, sino también un político que destacó siempre por su preparación intelectual, su compromiso personal y su honradez. Virtudes, la verdad, que no abundan o no abundan lo suficiente.

Mientras tanto, la vida política seguía: agitada, rara, polarizada. En Zaragoza, Figan, la feria ganadera, ponía de nuevo sobre el tapete la cuestión de los purines, que es un problemón de enorme envergadura, porque Aragón cría muchos millones de cerdos en integradoras cuyo número no deja de crecer, y por un magro beneficio se queda con la contaminación mientras las canales salen a otras comunidades donde cada animal desarrolla su verdadero valor añadido... En Huesca, la puesta en marcha del nuevo Monrepós ponía más cerca el Pirineo... En Teruel, los hilos visibles de la España vacía tejían nuevas citas reivindicativas.

El momento es crucial, porque llegan dos jornadas electorales casi consecutivas en las que España se va a retratar de cuerpo entero en todos los niveles institucionales. Y eso, ahora, es mucho. Sobre todo si las urnas arrojan resultados que puedan definir sin duda las legislaturas y mandatos por venir. Tan importante resulta todo lo que está en juego, que asusta comprobar la superficialidad, la polarización y, por qué no decirlo, la idiotez que se han instalado en el debate político. O ahora hablamos, al fin, en serio y nos dejamos de simplezas, o el futuro se pondrá muy oscuro, sobre todo para una Comunidad como Aragón, tan desierta ya, tan escasa de gentes, de ideas y de objetivos.

Según como rueden las papeletas el 28-A y el 26-M, podría ocurrir, por ejemplo, que el Ebro vuelva a ser la gran promesa al Levante, tras el mazazo judicial a los términos del trasvase Tajo-Segura que pactaron Rajoy y Cospedal, y que por cierto ha convertido el primero de ambos ríos en un desastre medioambiental. O quizás nos encontremos con una reforma electoral que amplíe la proporcionalidad del voto y deje a Teruel, a Huesca e incluso a Zaragoza sin apenas presencia política. O resulte que el déficit de inversión pública por parte del Estado vuelva a crecer hasta alcanzar los niveles de los años Sesenta y Setenta, cuando Aragón se convirtió en una región demasiado española y demasiado fácil de manejar como para tener que hacerle algún caso.

Hablar en serio supone exigir a las fuerzas políticas propuestas programáticas y compromisos claros, concretos. Y dejar de lado las demagogias baratas con que ya nos obsequian, sobre todo las derechas. Porque las banderas, los desacomplejamientos, los patriotismos, los desafíos y las proclamas patrióticas hasta pueden estar bien, pero suelen ser humo. Aragón necesita saber de qué manera y en qué plazos se verán satisfechas sus necesidades.