No creo que nadie acabe de entenderlo, salvo quienes posean la inquebrantable fe de los adeptos. En esta semana y de manera sucesiva, el Gobierno de Aragón despachó con treinta millones su deuda con el Ayuntamiento de Zaragoza, que reclamaba y reclama más del doble. Luego Hacienda (la del Gobierno central advirtió que la misma administración municipal de la capital aragonesa no podrá suscribir ningún crédito porque su deuda excede los límites previstos. De inmediato, aquí, en el Pignatelli, ratificaron la prohibición. ¡Ay, madre! ¿Pero entonces no era cierto que Santisteve y Rivarés habían logrado reducir la trampa heredada saneando las cuentas del Consistorio? No, dicen las administraciones superiores, porque las cuentas que elaboran en la plaza del Pilar son engañosas. Sí, replican en la citada plaza, porque la financiación del tranvía no computa como deuda y en todo caso está siendo evaluada de manera arbitraria, incorrecta y con la evidente intención de cortarle las alas al equipo de ZeC.

La ciudadanía de a pie, por supuiesto, no entiende nada. Quienes odian al tranvía argumentan que, claro, el tren de la bruja ha sido una ruina; quienes van y vienen en el Urbos 3 desdeñan semejante afirmación. Fuentes de las que se suele denominar bien informadas de los intríngulis municipales (y no me refiero a portavoces de ZeC, ni mucho menos) dan por cosa segura que el próximo equipo de gobierno que deba gestionar Zaragoza, sea cual sea su color, se encontrará las cuentas más claras y saneadas que nunca jamás. Aunque para ello este Ayuntamiento del cambio haya sujetado inversiones, gastos y ayudas. Cómo si no. Tan fina va la administración que se ha creado un remanente de tesorería. Pero los demás grupos (o sea, todos menos ZeC) o impiden abiertamente que ese dinero se gaste como una especie de propina al fin del ejercicio o pretenden que su destino sea acordado previamente. Jodo, pensará Santisteve, no me dejan ni mesarme los cabellos: si bebo vino, borracho; si no bebo, miserable.

No hay manera de hacer cuentas y que el resultado sea más o menos inteligible. No sabemos cuánto dinero se ha metido en Teruel (cuando Lanzuela, cuando el Marcelinato o ahora mismo) y qué se ha obtenido a cambio. No sabemos cuánto se ha perdido por el empeño de Rudi de obviar el Fondo de Liquidez Autonómica para lucirse ante Rajoy. No sabemos lo que nos ha costado y nos costará el carbón de Andorra (el municipio con mayor renta per cápita de toda la Comunidad). No sabemos tampoco por cuánto tiempo se podrá mantener la plena actividad de los grandes servicios públicos aragoneses si no mejora su financiación.

Tanto la administración municipal de Zaragoza como la autonómica arrastran deudas e impagos de subvenciones y conciertos con entidades sociales de carácter asistencial. A cambio, el ayuntamiento de la capital ha considerado un pequeño triunfo condicionar el pago al Real Zaragoza de la ¿ayuda? de 800.000 euros a unos convenios que fijarán los objetivos del dinero, sin que la SAD pueda hacer con él lo que quiera (que era su intención inicial).

En ese maremagnum aritmético y contable, que ningún ciudadano de a pie es capaz de desentrañar, es normal que la opinión pública centre sus escándalos en las mamandurrias más obvias y aparatosas, aunque sean también las menos lesivas para el erario. En cuanto se amontonan los millones, eso ya es un lío.