Apuntes para empezar: el Gobierno de Aragón acaba de poner en marcha como proyecto piloto un servicio de atención para ayudar a las familias con niños en cuarentena domiciliaria; no hace ni un mes abrió un programa de terapia familiar destinado a la resolución de los conflictos que se han generado a consecuencia de la pandemia; el Ayuntamiento de Zaragoza reanuda la próxima semana los servicios de asesoría jurídica y afectivo-sexual para mayores, además de ampliar su ayuda con una asesoría psicológica; en la DGA hace tiempo que no falla el teléfono del mayor, pero se constata que los problemas de pareja vuelven a multiplicarse por la convivencia ampliada y obligatoria. No hace falta explicar mucho más con el contexto esbozado. Por si acaso, los psicólogos alertan de que grandes y pequeños, medianos también, empiezan a sufrir las consecuencias del desasosiego, el recelo que produce la realidad. Miedo.

«La situación es preocupante porque a los servicios de orientación o a los gabinetes psicológicos solo llega la punta del iceberg. Pero eso nos muestra que el problema latente, que no se ve pero que está ahí, aparecerá en el futuro y será muchísimo más grave. Estamos advirtiendo que, como esto se está prolongando más de la cuenta, surge la misma situación que suele producirse después de una gran tragedia, de una guerra o un terremoto. Aparece el estrés postraumático, que afecta a mucha gente y sintetiza perfectamente este momento», explica Juan Antonio Planas, presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, después de «indagar» en las realidades cotidianas de orientadores, asociados, compañeras y psiquiatras «del Ohio español».

«Incertidumbre es la palabra que mejor define la situación. Nos afecta a todos, a nivel personal y social. Y genera mucha ansiedad y estrés. Si lo extrapolamos a los que tienen más dificultades, de trastorno mental o comportamiento, esto se multiplica por la enésima potencia. No sabemos, además, cuánto durará esto y la sociedad no es consciente del problema que no ha aparecido aún. Pero saldrá más adelante y veremos cómo se sustancia», dice el presidente de los psicopedagogos.

También se ha apreciado que el modo de enfocar las nuevas restricciones tiene poco que ver con el duro confinamiento primaveral. «La otra vez pensábamos que sería un sacrificio muy intenso pero corto. Nos solidarizamos, aplaudimos y, en cierto modo, nos adaptamos. Pero ahora estamos igual o peor y no vemos luz al final del túnel, no sabemos muy bien qué va a ser de España, del mundo. Vivimos en una amenaza continua: hoy nos cierran las ciudades, mañana los bares, luego el deporte... Esto a la gente le asusta. Volvemos a la incertidumbre. Lo que más miedo nos da es que ni los expertos ni los políticos ni nadie hablan con seguridad».

Quedarán secuelas, cambios en el comportamiento, hábitos que resistirán tras esta pandemia que saca «lo peor» de cada uno, como el de ese policía que algunos llevan dentro, «sobre todo aquellos que están enfadados con el mundo y no saben canalizar bien sus frustraciones».

Con el mundo en crisis se tiende a caminar hacia los extremos, entienden los especialistas. Los terraceros y los antiterrazas, podrían ser. «Todo se polariza. Hay quien se abraza al hedonismo; otros, más hipocondriacos, reflejan un excesivo miedo. Los hay negacionistas, que hacen fiestas o no se ponen la mascarilla; y quienes no salen de casa. Ambas posiciones son erróneas. Las cosas no son blancas o negras, aunque en las casas que haya problemas de convivencia, esto va a ser una bomba de relojería».