Las candidaturas al Congreso y el Senado han sido decididas por la práctica totalidad de los partidos mediante un sistema de cocción en el propio jugo; cocción en olla exprés, por supuesto. Las fuerzas políticas actúan (como siempre o más que nunca) igual que cápsulas herméticamente selladas, espacios internos con vocación implosiva, círculos cerrados, círculos viciosos... qué sé yo. Nadie ha sido capaz de organizar la confección y lanzamiento de sus listas en un ambiente despejado, abriendo líneas de comunicación con la sociedad civil, arrastrando independientes de prestigio (como candidatos o al menos en funciones de apoyo), poniéndole alegría y transparencia al tema. En su lugar, cabildeos, cambalaches, forcejeos, ajustes de cuentas y, por encima de todo, ese tufillo de habitaciones sin ventilar.

Uno lee sobre lo que ha pasado o dejado de pasar estos días en el PSOE y el PP (los dos que se van a repartir el mogollón en estas próximas generales) y se queda con la sensación de que ambos partidos (los demás no les van a la zaga) viven subsumidos en la más pura endogamia, como si el mundo aragonés, el mundo español y el mundo mundial acabasen en la frontera marcada por esas reuniones suyas en las que unas cuantas decenas de personas se dedican al quítate tú p´a ponerme yo. Duchos en maniobras y trapacerías internas, ¿saben sus jefes y jefecillos lo que de verdad está pasando en el exterior? Más aún: ¿Existe alguna relación entre los intereses generales y los impulsos particularísimos que promueven el reparto entre familias y bandas de los mejores puestos en las candidaturas? Creo que en ambos casos la respuesta a la pregunta es un no.

Como consecuencia de todo ello, la fase preelectoral está siendo fea y aburrida. Podían haberse esforzado un poco los profesionales (de la política) en vender el producto y entusiasmar al elector. Porque, por otro lado, los partidos son una pieza esencial del sistema democrático. Esa es la otra.