"¿Cómo va a ser tu matrícula?", le espetó el espigado joven al que, la tarde del 23 de octubre de 1991, estaba ayudando a arrancar un Opel Corsa rojo en la calle Lastanosa. "A mí me lo vas a decir", le respondió. "Será un error de Tráfico", le contestó su interlocutor. El coche no se puso en marcha. Y sus dos ocupantes lo abandonaron, casi en la calle Rioja, con las luces encendidas.

Eso le mosqueó --"esa zona estaba llena de talleres"--. Casi tanto como el hecho de que las placas de ese coche (Z-5117-U) coincidieran con las de su Renault 11. Eran poco más de las siete de la tarde, y el ciudadano, que sigue rechazando hacer pública su identidad, optó por perderse el Utrech-Real Madrid que había ido a ver a un bar de la calle Marcos Zapata --los terroristas se habían quedado sin gasolina justo enfrente--. Cogió su moto, condujo hasta la plaza Europa, subió a casa de sus padres y telefoneó a la Policía.

Unas horas más tarde se enteró de lo que había ocurrido: el Corsa estaba cargado con 35 kilos de amosal y 20 de tornillería, la atractiva joven vestida con un chándal claro que iba sentada al volante --"llamaba la atención", recuerda-- era Idoya López Riaño --alias La tigresa-- y el espigado barbudo al que ayudó a empujarlo resultó ser el sanguinario etarra José Luis Urrusolo Sistiaga.

El ciudadano recordó ayer, en conversación con EL PERIÓDICO, aquel episodio. El domingo, la Policía mexicana detenía en Puerto Vallarta a Juan José Narváez Goñi, el etarra que, según las investigaciones, había ayudado al comando a armar el coche-bomba.

"Él echaba la cara hacia la pared", tratando de ocultar su rostro, mientras empujaban calle Lastanosa abajo, explicó sobre Urrusolo. El comando llevaba cinco meses instalado en un piso de la calle Sanz Briz. Se hacían pasar por profesores de un instituto.

Ahora ve aquel episodio con distancia, aunque no le ocurrió lo mismo en las semanas posteriores. "No soy una persona de darle muchas vueltas al coco. Pero sí se las dí al principio --recuerda--. Lo pasé mal. Miraba siempre debajo del coche".

Utilizaba poco su Renault 11, para el que la Policía le facilitó unas placas de protección que le provocaron situaciones chocantes y que también le libraron de alguna multa. "Alguna vez me paró la Guardia Civil por exceso de velocidad y, al comprobar la matrícula, me preguntaban por qué corría tanto. Yo les explicaba que, dada mi situación, si un coche se me pegaba detrás yo le metía zapata".

Mantuvo el coche durante otros siete años. Lo vendió con las placas de matrícula originales. Las de protección se las devolvió a la Policía.

Años después tuvo que viajar en tres ocasiones a Madrid para participar en la Audiencia Nacional como testigo en los juicios contra los miembros del comando conforme iban siendo detenidos. "Siempre les expliqué lo mismo. No hay otra versión, aunque al principio circularon historias de lo más curiosas", recuerda.

Su historia, con todo, no es inédita en la lucha antiterrorista. En los 80, un ciudadano madrileño descubrió, a unos metros de donde había aparcado su 600, otro del mismo color e idéntica matrícula. Así cayó el primer comando Madrid.