"A todas las víctimas de la talidomida", reza el rótulo. Sobre el escenario, la directora Ana Salar, autora de la película 50 años de vergüenza junto a Fernando Rodríguez y Javier Almeda, se dirige al público con unas breves palabras: "No tengo mucho que decir. Esto es para vosotros, afectados y familIares". Acto seguido, las luces del salón de actos del centro cívico Río Ebro, en el barrio zaragozano del Actur, se apagan.

En el patio de butacas, los aragoneses Luisa Torrijos, Jesús Marco y José Ángel Rodicio asisten "expectantes" a la proyección de este documental que ha dado la vuelta al mundo y que relata las vivencias de las personas afectadas por las secuelas del fármaco comercializado entre 1958 y 1963 y que supuso el nacimiento de decenas de personas con diversas malformaciones.

El vídeo en blanco y negro de una niña de apenas dos años aparece en la pantalla. Sonríe mientras juega, parece feliz. Aunque desconoce que sus brazos son más cortos de lo normal. "Yo nunca me he querido hacer a la idea de que soy diferente, al contrario, siempre he peleado por que me consideren como a una más, no quiero otra cosa", dice Torrijos.

Víctimas de Alemania --país originario de la farmacéutica Grünethal, demandada por la venta de la talidomida--, de Honduras y de España cuentan su historia. Durante 70 minutos, sus relatos se intercalan con la opinión de médicos expertos y, sobre todo, con la de una figura "fundamental" en todo este proceso: las madres.

"Cuando una está embarazada se toma los medicamentos que le recomiendan, no piensa si serán perjudiciales o no. La rebelión que siento es brutal". Las palabras de esta española que dio a luz a un hijo con malformaciones resuenan en la sala del Actur para resumir una sensación "generalizada" entre las familias. "El dolor de nuestras madres nadie lo va a borrar. Estará ahí siempre", apostilla Rodicio.

IMPOTENCIA Y RABIA

"Sienten impotencia y, aunque no fuera culpa suya, lo llevan en lo más profundo porque afecta a sus hijos", añade Marco.

Los tres aragoneses asienten con cada uno de los relatos explicados en el documental. Se identifican con las historias. Hacen muecas con las imágenes expuestas. Y sienten rabia. Recordar, una vez más, las consecuencias de la talidomida hace que la emoción aparezca en sus rostros.

Pese a todo, nadie les va a parar. Ni siquiera el fallo del pasado mes de octubre de la Audiencia Provincial de Madrid por el cual se anulaba la sentencia que establecía 20.000 euros de indemnización para los españoles afectados. Dicen que su vida es el relato de una lucha constante, de un "tirar hacia delante" contra la discriminación en un mundo globalizado en el que la vergüenza reside en una palabra: talidomida.