Iris ablanda la masa. La estira y estira con el rodillo hasta que queda finísima. «Échale más calabaza», reclama Carina a su lado. Ella le hace caso, completa el relleno espolvoreando canela sobre la capa anaranjada y enrolla el empanado que irá al horno. «Este es de leña, de los de verdad», señala Iris el montón de troncos apilado en un almacén. Muestra la tahona con orgullo. Su sudor gasta entre harinas y levanduras. «Con esta amasadora empezamos. Ahora hemos comprado otra», señala con un carrete que le viene de casa. «Cuando hay visitas siempre sale ella a explicar todo», confiesa su compañera.

Su familia es Crisálida. Ella y su marido Aleix, Martí, Cristina, Álex, David, otra Cristina... y Jacinto, la yaya Rosa, el tío Fernando, Ángel, Carina y su hija Caroline, Jennifer y Esmeralda. Comparten faena, techo, vida y estímulo por la integración de nueve personas con discapacidad intelectual en un modelo pequeño que funciona en un entorno rural, en Camporrélls, municipio de La Litera donde no residen más de cien habitantes.

Cuando Jacinto Marqués le dijo a su padre que quería hacerse una casa en esa boscosa colina sobre su pueblo le reprendió, que ni se le ocurriera hacerla ahí. No le hizo caso. Ahora se eleva su hogar y su centro de trabajo. En la planta baja está la tienda y el obrador, con la puerta siempre abierta, con una amplia cristalera donde se refleja la transparencia del proyecto. Nada que esconder.

Arriba queda el gran salón donde la yaya de todos no para, lugar de reunión y las habitaciones donde se alojaban todos los primeros años cuando Jacinto, tras volver de una larga experiencia en cooperación internacional que le llevó a Bolivia, Mozambique, India y Nicaragua, acogió a seis menores, tres con discapacidad.

Su preocupación por aportarles una autonomía, un trabajo y una futura jubilación, cuando pasaran la mayoría de edad le llevó hace once años a dar el paso de dejar su trabajo como profesor de matemáticas y montar el horno de pan después de valorar otras opciones y viendo el ejemplo de la cooperativa ilerdense La Olivera.

El sudor

Una furgoneta blanca baja desde Nachá. «Ya viene Jacinto», identifica Iris. Es la una de la tarde y vuelve del reparto desde antes del amanecer. Hay días que se hace 850 kilómetros. De Lleida a Binéfar. De Bellpuig a Barbastro. Pan, cocas, magdalenas, empanados, panettones en Navidad y unas galletitas de Chía que comercializa RobinGood... productos que hacen por la noche en distintos turnos y se venden en las tiendas de Fribin, su «ángel de la guardia», en el hospital y una residencia en Barbastro, a muchos particulares y desde la cafetería que regentan en la gasolinera de Benabarre. «Vivimos de nuestro trabajo. De la caja», indica Jacinto.

La experiencia avala el acierto de la elaboración de pan en el proceso educativo e integrador que pretendía. «Porque una de las cosas más difíciles para un educador es el aplazamiento de la recompensa. El tal vez dentro de unos años… Aquí es diaria, cada vez que hacemos pan. Porque generas un alimento que está bueno, es un negocio para vivir y creas relaciones sociales horizontales. Saben, entienden y viven el resultado de su esfuerzo en ocho horas», explica el creador de la asociación.

El impulso no queda ahí y se visualiza subiendo por esa colina llena de carrascas. En ese cogote amanecen tres casitas donde ahora viven Aleix e Iris, Alex y Martí y Ángel, el último en llegar, el panadero. Levantadas en el 2016, en diciembre, justo en el primer aniversario del fallecimiento del yayo.

El arte

La cuesta que viene de las piscinas desemboca en un colorido mural que da la bienvenida a Crisálida y ha sido escenario de tanto arte que no cabe en una página. Cuando Jacinto enumera con orgullo quién y cómo ha pasado por ahí, por Camporrélls, sí, es fácil no creerle, como hicieron sus vecinos cuando dijo que traería a Víctor Manuel. Y ahí que estuvo ante 1.300 personas y el reencuentro por sorpresa con Mariluz y Antonio, esos enamorados con discapadidad de Solo pienso en tí.

Porque Crisálida fue antes de horno un embrión con mucho arte. Nació en el 2009 de esa inquietud por la equidad entre las personas con sus distintas capacidades y realidades, queriendo utilizar la creación y a los artistas como motivación. «Ver, tocar, hablar con esa persona que hace algo que te ha gustado y comprobar que es como tú, generar esa relación horizontal que impulsa nuestra autoestima», sintetiza Jacinto.

A la semana de fundar ya tenían en Camporrélls a Lola Barrera, directora del documental ¿Qué tienes debajo del sombrero? Artistas como Els Comediants y el bailarín Cesc Gelabert y activistas por la paz y los derechos humanos como Jovan Divjak, militar defensor de Sarajevo, Otelo Saraiva de Carvalho, estratega de la Revolución de los Claveles portuguesa, o la colombiana Clara Rojas. La pandemia retrasó los planes de visita de Graça Machel, viuda de Nelson Mandela. Este compromiso por la paz queda de manifiesto en los viajes que los miembros de Crisálida han hecho a Sarajevo y Mozambique y por la última acogida del proyecto: una familia argelina de refugiados políticos.

La próxima semana comenzarán una intervención artística al aire libre en un campo de cultivo de Estopiñán bajo la dirección del cubano Jorge Rodríguez Gerada y su compañera, la argentina Ana Álvarez Errecalde, con reconocimiento internacional y trabajos similares en Washington, Nueva York, Belfast o Barcelona.

Ambos dirigirán la transformación, como una crisálida, bajo la premisa de ser respetuosos con la naturaleza y utilizando los propios colores de la maduración del cereal y la turba para dibujar los contornos de dos manos, una de niño y otra de una anciano, que se unirán para amasar un pan. Hasta el mes de octubre se irá ejecutando este dibujo natural que irá evolucionando cada mes y medio con el esfuerzo y sudor de los propios miembros de la fundación. Todo será visible desde una colina y quedará recogido en un reportaje fotográfico y un vídeo timelapse.