Ya es un hecho. Toda España está de nuevo en estado de alarma y la comunidad aragonesa ha quedado confinada perimetralmente como ya lo estaban las tres capitales provinciales. Los titulares de los medios en octubre se parecen cada vez más a los que se leían en marzo. Y lo que es peor, las calles cada vez están más vacías y la triste imagen que se vivió en primavera está cerca de repetirse. Con una diferencia: esta vez el verano no aguarda a la vuelta de la esquina. Quedan meses de frío y duro invierno.

El pronóstico de la asociación de hosteleros Cafés y Bares se cumplió. Anunciaron que, con las nuevas restricciones, que impiden a los bares y restaurantes servir en sus interiores, apenas un 10% de los establecimientos abrirían. Darse un paseo ayer por la mañana por el centro de Zaragoza permitía constatarlo. «Qué pena da todo. Con lo bonita que es esta calle (Don Jaime I) y lo desolada que ha amanecido», lamentaba una vecina de esta vía antes de entrar en su portal.

Y es que además de triste, la capital aragonesa amaneció fría. Los termómetros no superaron los 15 grados por la mañana, por lo que las terrazas fueron una opción solo para los valientes. «Bien no se está, para qué engañarnos, pero es que necesitaba un café», decía una joven, Laura Caballero, sentada en un velador en la calle Santiago.

Tampoco la situación era la más idónea para el pequeño comercio de la zona. A las restricciones actuales, se suma una larga retahíla de meses de sufrimiento y agonía económica. María Teresa, responsable de la tienda de souvenirs Regalicos, expresaba que las cosas estaban «muy difíciles» y solo había que ver cómo tenía la tienda. Vacía al mediodía de ayer.

El nuevo estado de alarma ha sumido a todo el mundo en una convivencia miedosa, pero ella sigue ahí «con la puerta abierta». Aunque María Teresa reconocía que le entran «escalofríos» al ver que el buffet que tenía enfrente había cerrado. «Comercios como el mío que viven del turismo, lo estamos pasando muy mal ahora que no hay», añadía.

Todavía más pesimista con la situación era Maite, de la mercería Beltrán: «Estamos muertos». Sin pelos en la lengua. La realidad a día de hoy iba a acabar con muchos de los pequeños comercios: «Con esto de que han anunciado el estado de alarma, a largo plazo va a suponer que vamos a tener que echar la persiana», lamentaba. Para rematar los problemas, las fiestas del Pilar fueron «un horror».

En la tienda de trajes de novia Sisinia, el anuncio de Pedro Sánchez el domingo de la declaración del estado de alarma y el toque de queda hasta el 9 de mayo sentó como un «hachazo», manifestaba Begoña Muñoz. «Cuando lo dijo el presidente me cayó una losa en la cabeza», exageraba una de las dueñas de Sisinia. Eventos como las bodas van a sufrir, una vez más, modificaciones de fechas y quien sabe si algunas terminarán por cancelarse. En Sisinia, según comentaba Begoña, una de sus dueñas, habían recibido ya varias llamadas de novias que posponían su enlace y otras llamaban para comprobar que la tienda permanecía abierta.

No obstante, a pesar de que el 2021 se prevé difícil, Muñoz cree que la gente tiene que salir a comprar y olvidarse, en parte, del miedo, «porque todo se abre con la seguridad necesaria». En esta tienda de la calle Don Jaime apelaban al optimismo como forma de seguir hacia adelante.

Parches de aforo

No solo el comercio local o tradicional va a sufrir las consecuencias de las nuevas restricciones sanitarias. En Grancasa, ayer, la sensación era de efecto de las restricciones, a las 12 del mediodía. El centro comercial abrió sin mucha afluencia de público, y lo más destacable eran ‘los parches de aforo’. Algunos establecimientos, en sus carteles de indicación del aforo máximo permitido, habían colocado unas pegatinas con el nuevo porcentaje (25%) sobre el anterior número de clientes autorizado. Claro. Las restricciones han cambiado dos veces en menos de una semana. En otros, podía verse el rotulador a medio borrar.

Eso sí, la mayor parte de gente salía del supermercado con bolsas llenas de compra. No hay que ser concluyente, pero parecía el mes de marzo. En la otra punta de Zaragoza, Puerto Venecia amaneció sin restaurantes.