Un número considerable de las ochenta fuentes catalogadas en el Bajo Aragón histórico están realizadas conforme a las reglas imperantes en el Renacimiento. Se trata siempre de conjuntos que incluyen una fuente, un abrevadero y unos lavaderos cubiertos, aunque, en muchos casos, el paso del tiempo haya hecho que desaparezca alguno de los elementos. Esta forma de construir fuentes se mantuvo sin apenas cambios hasta el siglo XIX, cuando se decidió que el abrevadero debía separarse, por razones de higiene, de las zonas destinadas a los humanos. Los lavaderos se hacían inicialmente de tal forma que las mujeres debían lavar la ropa de rodillas. Posteriormente se excavó el suelo en torno a las pilas para que esta labor pudiera hacerse de pie. Las epidemias que diezmaban la población obligaron en muchos pueblos a construir dos lavaderos, uno para la ropa de los enfermos y otro para la de los sanos, como todavía puede observarse en localidades como Castelserás y Torrevelilla, donde los viejos del lugar todavía recuerdan la época en que funcionaban ambos lavaderos. Curiosamente, los lavaderos todavía siguen siendo utilizados por mujeres mayores en los pueblos donde no están en ruinas. "En sus casas tienen lavadora, lo que pasa es que aquí, con la excusa de lavar, se juntan a hablar con las amigas y las vecinas", comenta Manuel Bosque, un septuagenario que cultiva una huerta junto al lavadero renacentista de Castelserás, en la fértil ribera del río Guadalope.