Denostado, agraviado y vilipendiado. Así ha sido tratado el río Huerva a su paso por la capital aragonesa durante siglos. Los calificativos no son exagerados, los constatan historiadores, escritores, profesores, arquitectos e ingenieros que han estudiado a conciencia el tramo urbano de este río. El poco respeto a este espacio natural se verifica en pleno siglo XXI, cuando todavía muchos desagües, algunos de fecales, vierten directamente sobre el cauce.

Las obras de sustitución de la losa que cubre el Huerva sobre la Gran Vía han hecho que los zaragozanos hayan desviado su mirada hacia este afluente del Ebro en las últimas semanas. Algunos han descubierto que a varios metros bajo el asfalto se escondía un río y unos pocos han verificado que los excrementos siguen cayendo al agua sin ningún control en pleno centro de Zaragoza. Muchos otros han opinado sobre la conveniencia o no de volver a cubrir un cauce que empezó a taparse hace ahora 86 años. Y se han alzado las voces de profesionales que reclaman que, tras la recuperación del Ebro en el 2008, se actúe en el Huerva.

La capital aragonesa tenía 99.118 habitantes en 1900 y en apenas dos décadas la población creció hasta superar los 147.000 vecinos. Los conflictos laborales en esa época eran frecuentes y, una vez más, se recurrió al ladrillo para afrontar la crisis económica. Por ello, desde el ayuntamiento se plantea el ensanche urbano hacia el sur con la excusa de edificar viviendas obreras.

ENSANCHE Una pieza clave para esta expansión será el cubrimiento del Huerva entre Alférez Provisional y la plaza Paraíso, ya que permitirá el nacimiento de la Gran Vía. "Zaragoza tenía el casco histórico más grande de España y con esa población no necesitaba crecer más, pero se apuesta por construir viviendas en el ensanche", explica la profesora de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza Isabel Yeste.

Miguel Ángel Navarro, arquitecto municipal desde 1920, intentará llevar a cabo el desarrollo urbanístico de la ciudad. Dejará su sello en la reforma de la plaza España, la de Basilio Paraíso y proyectará la apertura de Conde Aranda, la futura Ciudad Jardín o el cubrimiento del Huerva en la futura Gran Vía.

La profesora de la Universidad de Zaragoza Carmen Rábanos, experta en el periodo de entreguerras, aclara que el cubrimiento facilitó el ensanche de la ciudad hacia Miralbueno y Miraflores. "El coste de la obra fue sufragado por el ayuntamiento, que de esta forma entra en una política de especulación de los solares, elevando el precio del suelo, de tal manera que solo se rentabilizaron mediante la construcción de viviendas en altura para compradores de alto poder adquisitivo", explica Rábanos. "Se entierra un cauce fluvial vital para la ciudad", añade la docente.

El cubrimiento costó unos dos millones de pesetas a las arcas municipales. El escritor y director de Acualis, Carlos Blázquez, afirma que el cauce del río estaba tan encajonado que hubo que contratar 12.000 quintales de cal (552 toneladas) para fabricar los muros de contención del Huerva y las murallas del Ebro. Las fotografías de la familia Aísa demuestran las dificultades que soportaron los obreros de la época.

El primer tramo del cubrimiento del Huerva se realizó en 1924, entre Gran Vía y San Ignacio de Loyola; el segundo, inaugurado en 1931, fue entre San Ignacio de Loyola y paseo la Mina; el tercero, en 1968 llegó hasta Corazonistas; y el cuarto, en 1992, 20 metros de soterramiento junto al hotel Boston. En total 1.200 metros.

Isabel Yeste relata cómo el rechazo de los zaragozanos al río es histórico. ´Los aguadores recogían el agua del Ebro o del Gállego, pero nunca del Huervaª, cuenta la profesora. Carlos Blázquez apunta cómo desde hace dos milenios, el cauce se ha ido reduciendo, elevando sus orillas y encajonándolo. Primero para hacer huertos en sus riberas, luego para proteger estos de las riadas, después para levantar cobertizos agrícolas que se convirtieron en naves industriales y, por último, para la construcción de pisos.

La contaminación no le ha ido a la zaga. Hasta 1974 no se refleja en las ordenanzas municipales la prohibición de lavar y arrojar desperdicios. En los cincuenta, los zaragozanos se quejaban ya del desprecio hacia el río, al que le quitaron los frondosos chopos que lo flanqueaban en la plaza Aragón. A fecha de hoy, el río aún tiene vertidos importantes en el paseo Reyes de Aragón y otros dos o tres en el área descubierta por las obras en Gran Vía, quizá provocados por sellados deficientes en el alcantarillado, destaca Blázquez. En el tramo urbano, los problemas de higiene, la escasa vegetación y el desnivel, que en algunos puntos supera los 14 metros, no facilita que los ciudadanos se acerquen al río.