No es cuestión de modas, sino de devoción y tradición familiar. Año tras año, la parroquia de San Antonio se mantiene con firmeza entre las preferencias de los zaragozanos como templo elegido para cumplir con el sacramento del matrimonio. La grandiosidad de su fachada exterior, la amplitud de su pórtico y, sobre todo, el fervor popular hacia la figura del santo hace que esta parroquia sea la más demandada para la celebración de bodas entre las jóvenes y menos jóvenes parejas de la ciudad.

Pero tanta demanda tiene sus inconvenientes y provoca atascos impensables en este tipo de asuntos. Cada año la fila de novios no pertenecientes a la parroquia que desean realizar su enlace ahí es tan nutrida que el párroco, Miguel Andueza, decidió trasladar el día de inscripciones del mes de septiembre al martes, 20 de enero, esperando así que el clima invernal hiciera desisitir de sus intenciones a un buen número de futuros casamenteros. Pero ni por esas, en la víspera de la fecha en cuestión, los aledaños de la iglesia se convierten en un auténtico campamento base formado por jóvenes provistos de sacos de dormir, gruesas mantas y termos de café bien cargado.

El pasado lunes, alrededor de las doce del mediodía, aparecen Rosalía y Xavi, la primera pareja que se hace fuerte en el pórtico de San Antonio. Les queda por delante una espera que roza las 24 horas, ya que hasta las nueve de la mañana del día siguiente no se abren las oficinas de la parroquia. "Me tengo que quedar toda la noche, no tengo a nadie que pueda relevarme. Además, Xavi, mi novio, tendrá que irse a trabajar, aunque volverá después", afirma Rosalía, resignada. Estos novios están seguros de que podrá casarse el día que desean. Se han cerciorado de que nadie más ha elegido esa fecha.

Comienza el goteo constante de novios y novias previsores que van tomando su sitio en el territorio de San Antonio. A las cuatro de la madrugada, son ya doce las parejas que hacen cola y luchan contra el duro frío de las madrugadas invernales zaragozanas. La mayoría se ha organizado de manera que familiares y amigos se acercan en un momento u otro para relevarles algunas horas o reponer el café de los termos. El ambiente es distendido, una quincena de jóvenes ilusionados que comparten destino viven una pequeña aventura que podrán contar a sus hijos. Se habla, se juega a las cartas, hasta se llega a las confidencias gracias a la intimidad que ofrece la noche.

El trajín se multiplica cuando se hace de día. Gente no tan madrugadora pide la vez en la improvisada lista que iniciaron el día anterior Rosalía y Xavi. A las siete de la mañana, son más de 40 las parejas que esperan. Juan ha conducido toda la noche desde Barcelona para ser informado de que su fecha no está libre. La decepción es grande y no queda otro remedio que buscar otra iglesia.

Todos los años se repite la historia y las previsiones siempre se superan, pero las bodas en San Antonio tienen techo, se celebran siete cada fin de semana, ni una más, ni una menos. Y es que San Antonio es mucho San Antonio.