«Mejor rápido, que tengo cosas que hacer». De esta forma se dirigió Ígor el Ruso a su abogado defensor en un perfecto español que no tuvo necesidad de traducir la intérprete de italiano, idioma que emplea en sus comparecencias judiciales. Lo hizo minutos antes de que diera comienzo el juicio durante un encuentro entre el abogado y el acusado que pretendía ser privado, aunque estuvo rodeado de policías por cuestiones de seguridad.

Según fuentes consultadas por este diario, el letrado le expuso las pruebas que había en su contra y la posibilidad que había de admitir los hechos y así poder solicitar la pena mínima: 14 años y medio de cárcel. Él aceptó, si bien también mostró su disconformidad por ser este letrado y no Manuel Martín Calvente, el que le defiende en el triple crimen de Andorra, el que le representara ayer en la vista oral.

Duró dos horas el juicio. Un récord en lo que se refiere a la rapidez, teniendo en cuenta que el tribunal provincial tomó declaración al acusado, a las dos víctimas, 15 guardias civiles y dos médicos forenses. A pesar de ello, Ígor el Ruso mostró en varias ocasiones su enfado porque pensaba que iba a ser todavía más rápido.

Durante la vista, se mostró frío, despreocupado y hasta desafiante. Especialmente cuando uno de los hombres a los que disparó aceptó la invitación de la Fiscalía de reconocer al encausado. Cuando subieron la persiana de la cabina blindada, Ígor el Ruso se llegó a recolocar las gafas y a mirarle a los ojos para ayudarle en la labor. Este hombre espetó: «Es él, metidico lo tengo en la cabeza».

Tanto con esta víctima como con la otra fue con los únicos que mostró interés y estuvo atento a sus explicaciones. Cuando fue el turno de la Guardia Civil, el encausado mostró distancia, si bien en algún momento llegó a negar con la cabeza por considerar que lo que estaban diciendo no era así.

Ya fuera de la sala de vistas quiso mostrarse tranquilo e incluso feliz ante los fotoperiodistas. Hizo el signo de la victoria con unas manos atadas por unos lazos. Una periodista llegó a preguntarle si estaba arrepentido, siendo contestado con una sonrisa de oreja a oreja mientras entraba a la furgoneta de la Guardia Civil que le llevó a la cárcel.