A veces pienso que el sorteo de la lotería de Navidad es un estímulo inventado por el poder para que sobrellevemos con esperanza la implacable proximidad de estas entrañables fiestas. Claro que también es privilegio de los administrados encarar la realidad como es, sin hacer caso de los colorines con que suelen disfrazarla los mandamases. Así, por ejemplo, si esos panaderos de un pueblo extremeño hubiesen sido consecuentes con los mensajes políticos que les hace llegar su presidente, el señor Ibarra, habrían adquirido la lotería en la castiza y españolísima administración de doña Manolita, en vez de comprarla por vía digital en la catalana Bruixa de Sort. Mas entonces no les hubiera tocado el Gordo ni nadarían ahora en millones de euros.

Y aquí estamos los aragoneses, señores míos: sin un clavel (salvo los que pillaron esa serie del segundo premio) pero esperando que nos llegue la pedrea del 2008. Mientras, vamos estirando y estirando el debate sobre La Romareda, aunque a mí me parece que el tema ya está a punto de quedar felizmente superado. En todo caso, me pregunto: ¿Por qué hay algunas fuerzas políticas y algún medio de comunicación empeñados en prestar infinita atención a las pegas que pueda poner Ordenación Territorial a la reconstrucción del estadio en su solar de siempre, y apenas dicen nada del informe parcialmente desfavorable emitido por dicho organismo en relación con la macrourbanización Arcosur ? ¡Ah, pillines!

Consumo masivo y compulsivo, felicitaciones y abrazos, reconciliaciones, comidas y cenas, la familia, los amigos... Navidad implacable. Ayer casi me compro un gorro de Papa Noel para salir de tal guisa en la foto de esta columna. Pero mi señora me disuadió: "Anda, anda, que pareces un adefesio". Le hice caso, claro.