Como ustedes ya habrán notado, soy manifiestamente contrario a la masificación y al bienestar de overbooking , parque temático y todo a cien que nos pregonan los neconservadores (e incluso al bienestar de sopa boba y megasector público que predican los paleoizquierdistas). Estamos en una sociedad en la que cada cual va lo suyo, pero pretende hacerlo al mismo tiempo y en el mismo lugar que los demás. Por eso no puede ser que todos vayamos en nuestro cochecito leré a pasear por el centro de Zaragoza, ni que pretendamos veranear en masa playera exclusivamente durante el mes de agosto, ni que asaltemos en masa el Pirineo el primer puente de la temporada de esquí, ni que nos empeñemos en ir al médico así que estornudamos dos veces (y que nos haga radiografías, espirometrías, análisis y luego nos recete lo más caro de la parafernalia farmacéutica).

Es imposible que cada familia de clase media (de España y de parte del extranjero) se dote de una segunda residencia en la costa mediterránea y que cada chalet tenga piscina propia, palmeras datileras, macizos de flores y césped escocés bajo un sol cuasi sahariano. La buena gente, convencida de que ha llegado la hora de la abundancia, vive por encima de sus posibilidades, colecciona préstamos, pasa los festivos en colas y atascos, come rápido y mal, se estresa, somatiza sus malos rollos y, claro, cuando ya está hecha mierda acude al médico a por la salud y la felicidad perdidas. Así se colapsa la sanidad pública. Deberían poner el prozac , el valium y demás en máquinas expendedoras, u obligar de alguna forma al personal a que recupere el control de su existencia y lleve una vida sana.

Estamos ya en plena insostenibilidad, pero no hay forma de echar el freno. Nadie se atreve a decirles a las amplias clases medias que todos no podemos vivir simultáneamente como los millonarios de antaño, que no hay recursos suficientes... que ahora que nos tocaba lo bueno, se acabó.