La frontera es, históricamente, un territorio complicado, y las de España con Marruecos no son una excepción. Pero entre polémicas de devoluciones en caliente y vallas con concertinas, también es escenario de acciones heróicas. Una de las últimas tuvo como protagonistas a dos agentes de la guardia civil destinados en los Grupos de Reserva y Seguridad (GRS) del barrio zaragozano de Casetas. Hace dos semanas salvaron a dos inmigrantes de morir ahogados en las aguas del estrecho, mientras intentaban alcanzar la costa española bordeando un espigón a bordo de una endeble lancha zodiac. Otros dos tripulantes (y puede ser que un quinto, al que se buscó) no tuvieron tanta suerte.

Los guardias Rogelio Castillo y Javier Calvo cuentan su intervención con una asombrosa normalidad, como quien cuenta que ha bajado a por tabaco. Sonríen incómodos cuando el jefe de la unidad les presenta con un «aquí están los héroes». Su trabajo, en una de las unidades de élite del instituto armado, igual les conduce a establecer un dispositivo de vigilancia para el traslado de Igor el Ruso que a participar en el despliegue en Cataluña, amén de tareas más propias de su formación como asaltos a inmuebles, escolta de personalidades o acciones antiterroristas. Entre sus múltiples atribuciones está también el control de la frontera.

Y en ello estaban ambos la madrugada del pasado 3 de marzo, en una zona de la valla fronteriza próxima a la playa de Benzú. Eran ya las 6.00 horas pero era «noche cerrada», porque había temporal. Tanto que la mar picada, recuerdan, había derribado una alambrada que protege un cercano espigón.

En esa tesitura, comenzaron a ver «jaleo» cerca de ellos, más hacia la costa, y varias patrullas «de fiscal» (Resguardo Fiscal, Costas y Fronteras) pasaron por la zona. Se enteraron de que varios inmigrantes habían caído al mar al volcar una zodiac, y no dudaron. «Salvamento en sí no lo entrenamos, pero son cosas que no piensas, cualquiera lo hubiera hecho», explican con pasmosa naturalidad.

Bajaron fue por un acantilado casi impracticable, junto a un compañero de la patrulla fiscal al que no dejan de elogiar. «Se expuso mucho», añaden, incidiendo en que esa unidad no tiene por qué tener la preparación física que se les exige a los GRS.

Nada más llegar a la zona vieron en la penumbra a dos mujeres en el agua, una ya cadáver, flotando boca abajo, y otra que braceaba. Finalmente no conseguiría llegar a la costa. Una tercera estaba intentando agarrarse a una roca de tres metros.

Sin pensárselo mucho, se deshicieron de los chalecos antibalas y el cinturón de armas, que les restringían la movilidad. «Además pesan tres kilos, si nos caemos al agua con ellos es muy peligroso», añadían. Comenzaron a bajar por las rocas, con las dificultades añadidas de la falta de luz y el hecho de tener que usar las cuatro extremidades para asegurarse, lo que les impedía utilizar la linterna. «Algún momento la llevábamos en la boca», cuentan.

Se acercaban a la mujer aferrada a la gran roca cuando oyeron gritos de un hombre, a la vuelta de otro saliente del acantilado. Mientras su compañero de Fiscal trepaba hacia la mujer, ellos fueron a indagar el origen de los alaridos. Era un hombre que también trataba de evitar ser arrastrado por la fuerte corriente, aferrado a las piedras. Ya intuyeron que estaba «al límite de sus fuerzas. Si tardamos dos minutos más, creemos que no lo cuenta», admitían. Su estado de cansancio complicó el rescate, porque «no podía poner nada de su parte», y tuvieron que arrastrarlo como a un fardo. Un fardo muy pesado, además, porque «llegan con muchas capas de ropa, y al empaparse, pesan mucho».

A trancas y barrancas lograron bajar hasta su posición y, entre los dos, izarle hasta una zona más alta y segura. Un poco más tarde pudieron constatar su intuición de que el hombre estaba al borde de rendirse, cuando volvieron a donde lo habían dejado y lo encontraron andando «muy desorientado», quizá en shock por la experiencia vivida.

Pero antes de esto, no se olvidaron de la segunda mujer, y volvieron a descender el acantilado para auxiliarla. El tercer agente la intentaba sujetar, pero en cuanto rompía la ola la perdía, hasta que volvía a atraerla la corriente. «Ella estaba más fuerte y pudo aguantar», contaban. Al menos hasta que se incorporaron y, entre los tres, lograron llevarla a tierra segura.

Los inmigrantes fueron atendidos por Cruz Roja, y allí les perdieron el rastro. Ellos se fueron a cambiar la ropa empapada para continuar el trabajo, y ahí acaba la historia.

«Creo que sí hubo alguna felicitación del alcalde al jefe de la unidad que nos transmitió pero...» Tampoco lo ven destacable.