La vida laboral de Juan, un joven zaragozano que prefiere mantener su anonimato, es un ejemplo más de la precariedad que deben soportar muchos jóvenes aragoneses. A los 17 años acabó la educación secundaria obligatoria y al poco tiempo se lanzó al mercado laboral. Hoy tiene 26 y aún no ha conocido la estabilidad en un puesto de trabajo. «Llevo ocho años encadenando un contrato temporal tras otro con sueldos que no superan los mil euros», lamenta el zaragozano, que apunta que sobre todo ha trabajo en el sector industrial, aunque también estuvo un año y medio de teleoperador.

Cansado de tanta precariedad, Juan decidió el año pasado prepararse la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 años y este curso ha empezado a estudiar relaciones laborales. «Espero que con una mayor formación pueda optar a puestos con más estabilidad», confía.

Mientras, el joven sigue buscando un empleo «como loco», ya que actualmente está cobrando el subsidio por desempleo. «Dentro de lo malo, aún me considero un privilegiado porque la familia de mi novia tenía un piso y el año pasado nos pudimos ir a vivir juntos», sostiene Juan, que indica que «todos» sus amigos siguen viviendo en casa de sus padres.

«Casi todos fueron a la universidad, pero de momento solo uno tiene un empleo estable y porque se sacó la plaza de maestro», comenta el zaragozano, que añade que muchos de sus amigos no trabajan en sectores relacionados con lo que han estudiado. R. l. m.