Artículo escrito por Alfonso Hernández, redactor de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, el 9 de noviembre de 2018 en reconocimiento a Pau Donés y su manera de afrontar la lucha contra el cáncer.

Quien busque en Pau Donés alguna huella interior del cáncer que padece desde 2015, se perderá en su sonrisa, en sus tics canallas, en una forma de afrontar la enfermedad que no por natural deja de emocionar, de transmitir, de enseñar. Si se bucea en esta labor ilustrativa que ha emprendido, "nadie hallará un cruzado sino una persona que convive con una enfermedad jodida y que intenta explicar a los enfermos y a sus familiares que es posible vivir, incluso de una forma normal", dice el solista de Jarabe de Palo. Incide en que su principal objetivo consiste en "desdramatizar", en cumplir en su "humilde" papel de transmisor de energías positivas. Ni más ni menos. Ayer se personó en el concurrido salón de actos del Miguel Servet para estar junto a las enfermeras del hospital, profesionales a las que admira por ser compañeras "generosas" de este inesperado viaje, y para contar su experiencia y atender con exquisita sensibilidad a las personas que acudieron a escuchar su testimonio, la mayoría mujeres, muchas de ellas sufriendo la misma penitencia genética. Rechazó, como siempre, dogmatizar ("soy muy malo sermoneando"), y se curó de aconsejar a alguien ("soy portavoz de miles de pacientes, nada más). Testigo inevitable de su dura experiencia, de sus temores y esperanzas por exprimir el presente "sin mirar al pasado ni al futuro", solo abrió una puerta de par en par. "Por respeto a quienes se están muriendo, me aferro a la vida".

Le preguntaron por muchos asuntos. Cómo no, por el miedo. "A pensar en el cáncer dedicó cinco minutos del día. Tengo miedo, como todo el mundo (cuando compuso 'Humo', lo hizo aterrorizado), pero a la muerte, no al cáncer. La vida me ilusiona". Donés confiesa: "Quiero ser feliz y el miedo lastra. Tenemos poco tiempo como para consumirlo con el miedo". Camiseta estampada, pantalones con rotos, zapatillas de tela y la voz algo rasgada por la quimioterapia diaria. A sus 52 años (1966, Huesca), el 1 de enero del 2019 se perderá con su hija en algún lugar del mundo que prefiere no desvelar y dirá "hasta luego" al universo que conocía y del que tanto ha disfrutado, la música. "No, no es un adiós", aclara, aunque tampoco deja entrever un regreso. Un disco, una gira ya en marcha (en Zaragoza el 23 de noviembre, en la sala Oasis), una aventura sinfónica con la Filarmónica de Costa Rica y un libro en el que hablarán sus canciones durante 20 años, serán su legado antes de irse a surfear "con el bicho que convive conmigo. No, no estoy preocupado hacia dónde me llevará". En principio, en busca de la ola perfecta aun imperfecta, de un océano que comenzó a explorar el día que le operaron de cáncer de colón y por el que hoy transita sin más urgencia que respirar los colores y paladear cada segundo. "La película de todo esto es que se puede vivir con esa enfermedad", comenta aun reconociendo que existen unos límites infranqueables impuestos por los tratamientos.

Pau Donés, famoso muy a su pesar como personaje público pero cómodo de embajador de la enfermedad, es uno más de tantos que sufre a este francotirador agazapado en la azotea de la desinformación. "Busco los porqués. No es que lo quiera entender, sino procurar que no se reproduzca, que los tumores estén controlados y no exploten". Para mantener la vigilancia, el artista recomienda una alimentación sana, un regreso a los beneficios de las plantas. Todo "para ponérselo difícil al cáncer. Y si no, que nos quiten lo bailado. Bueno, a mí no, que yo he bailado bastante", bromea en el marco de un salón de actos compartido por pacientes, familiares, enfermeras y médicos. Risas, aplausos y sin duda complicidad. Donés consiguió construir una atmósfera agradable, vertebrada por su simpatía y por un público conectado a cada palabra del cantante, sintiéndose reflejado en sus historias. "Cuando mis amigos supieron que estaba enfermo, no se atrevían a llamarme. El único que lo hizo, me dijo 'No te mueras'. Al final tuve que telefonear yo a todos para explicarles que no me moría".

Ni luchador, ni guerrero, ni héroe. "Esos son perfiles muy americanos. Este proceso no es una cuestión de valientes, ni de gente con mayor o menor coraje. Yo no soy un Supermán porque si lo fuera no tendría cáncer". Reúne a los asistentes para una fotografía en familia. Orquesta posiciones y grito final. Sin más música que cientos de sonrisas labradas por su naturalidad. El jarabe de Pau hizo efecto al menos por unas horas. El resto de los días corresponde a cada uno con el menos miedo posible para surfear por la vida, sobre una tabla agrietada pero todavía útil mientras se sienta el viento en la cara. Hasta la próxima ola.