El pintor Jesús Monge regresa a Zaragoza con una nueva exposición en la que mantiene su afán por crear emociones sensoriales a través del paisaje y un cambio de registro en el que sorprenderá con su particular versión africana del Adán y Eva de Durero como pretexto para adentrarse en la técnica del renacimiento alemán.

Un año después de su exitosa muestra, primera individual y con la que se volcaba de lleno en la pintura, Monge inaugura el día 11 una nueva exposición en la que colgará diecisiete óleos y cuatro dibujos de esculturas: la de La noche y las de Julio y Lorenzo de Medici que realizó Miguel Ángel para decorar el panteón de los mecenas renacentistas, más El Pensador de Rodin.

En un local de la calle Isaac Peral 1 que él mismo ha habilitado como sala de exposiciones, Jesús Monge exhibirá su habilidad para plasmar rincones urbanos de Zaragoza en los que la arquitectura, de la que es buen conocedor tras treinta años dedicado a la decoración de interiores, es mera anécdota.

No importa el realismo con que están pintadas las hierbas o las rocas del primero de una sucesión de planos de una montaña de Covadonga, ni la espuma de la ola que rompe en una playa de Cádiz, tampoco la niebla que envuelve las torres del Pilar en un mes de noviembre o la bruma que se eleva por la noche entre los canales venecianos.

Todos los elementos del cuadro son "una puesta en escena para pintar algo que no se puede materializar: la pequeñez, el recogimiento, la sensación de frío o calor" e incluso la vida, por eso, ha explicado a Efe, las figuras que aparecen en sus cuadros marinos no son seres estáticos; pasean, se bañan, juegan; el vapor fluye y se eleva y la máquina del tren continúa su recorrido entre una maraña de vías y catenarias.

No le ha resultado fácil ordenar "el caos" de la espuma y menos que sus modelos de Adán y Eva lograran mantener las intrincadas poses de piernas y manos que imprimió Durero a los suyos, pero es que, en este caso, se ha movido guiado por el "morbo" de "bucear, entrar, incluso poder robar algo del universo dureriano", como señala en su tríptico de presentación.

Porque para este pintor que desdeña el calificativo de artista, la figura no tiene ningún interés porque "no hay nada nuevo que aportar", salvo el de "escudriñar" en el artista del renacimiento.

Y los ha pintado negros porque dice que "de haber existido Adán y Eva" tendrían que haber sido de esa raza y, entre la penumbra de la sabana, que bien podría ser un parque cualquiera, ilumina, pincelada a pincelada, pliegues y curvas que respiran erotismo.

Aunque como persona Monge impone un halo de respeto y seriedad, sus cuadros, sin embargo, dejan a la luz detalles socarrones de su personalidad, una pelota de golf a los pies de Eva y otras "sorpresas" que nos obligan a indagar en el detalle para descubrirlas.

Hasta el 10 de enero se podrá admirar una obra en la que el especialista en arte y crítico de Heraldo de Aragón, César Pérez Gracia, descubre la "pincelada milagrosa" que le hace asistir al "misterio infinito de la buena pintura".

Durante el último año Jesús Monge "ha forzado el carro" pintando desde el alba hasta la noche para "no dejar que la gente se olvide de mí" y con la intención de, una vez dejados satisfechos a sus admiradores de Zaragoza, preparar el salto para darse a conocer en Madrid.

Jesús Monge ha realizado sus principales trabajos en el ámbito del diseño tanto de obra civil como de interiores de grandes empresas, de la mano de arquitectos como Joaquín Maggioni o Teresa Gabeiras.

Como escultor, destaca el paso de un Cristo yacente a tamaño natural, basado en el estudio detallado de la Sábana Santa de Turín y que donó a la parroquia de la localidad oscense de Castejón del Puente.