¿Cuántas veces se le habrá escuchado a Jorge Azcón cuando el PP estaba en la oposición hablar de los líos de la izquierda? ¿O de los Gobiernos a tortas? ¿O cómo atizaba a CHA y a IU acusándoles de entregar sus votos a cambio de «migajas»? Son mantras del nuevo alcalde de Zaragoza que ha alcanzado el bastón de mando gracias al apoyo de dos partidos, Cs y Vox, que llevan camino de protagonizar los líos de la derecha, una segunda parte que promete muchos capítulos de animación en los próximos cuatro años. Estos días amagan, a base de órdagos de la extrema derecha -como el de no votarle en la investidura o el de bloquear el nombramiento de Javier Puy como coordinador-, con la difícil relación que unos escriben en Madrid y otros deben ejecutar en la ciudad.

La realidad es que navega entre dos aguas con ellos a su lado y no maneja (por ahora) del todo mal el timón, sbre todo para lo que, en la práctica, está haciendo. Azcón a Vox le convence con palabras, a Cs con hechos. Dicen en la formación naranja que se sienten especialmente mimados por el que es su socio del Gobierno en Zaragoza, mientras Julio Calvo, al otro lado de ese cordón sanitario aplicado por los de Albert Rivera y, aseguran muchos en el consistorio, incómodo con el cartel de la ultraderecha, destaca la buena sintonía y cordialidad con el líder conservador. A cambio de nada, de momento. Está por ver en el futuro si le llegan esas «migajas» de las que se burlaba Azcón en el caso de CHA e IU cuando apoyaban al PSOE.

Analizando los episodios que ya han protagonizado, hay dos cuestiones relevantes a destacar para analizar el presente y futuro de esa sociedad limitada con apariencia de tripartito: la influencia de las directrices nacionales y la empatía entre las personas llamadas a ejecutar ese libreto. Empezando por el propio Jorge Azcón. Su líder nacional, Pablo Casado, tenía la Alcaldía de Zaragoza en el punto de mira. El discurso de derrocar a la izquierda tras 16 años en la oposición y su afinidad personal con el que hoy es alcalde le llevó incluso, aseguran desde el partido conservador, a priorizar en ella cualquier acuerdo con Cs en Aragón, «incluso por delante de la presidencia de la comunidad o de los ayuntamientos de Huesca y Teruel». Y así fue.

Tan dirigido venía desde Madrid el acuerdo Azcón-<b>Fernández</b> en Zaragoza que, incluso antes de cerrar esos 50 puntos que hoy dan forma a su pacto programático, ya se anunciaba a bombo y platillo desde la capital española la conquista de la plaza del Pilar. Antes de esa reunión del 14 de junio en la que, con todos sentados a la mesa, ya se anunciaba en la web de EL PERIÓDICO que Azcón sería alcalde de Zaragoza.

¿Cuál es la diferencia con Huesca, por ejemplo? La sintonía personal de los llamados a interpretar el libreto marcado en Madrid. Ni de lejos la relación de Jorge Azcón y Sara Fernández se parece a la que pueden tener Ana Alós y José Luis Cadena. La capital altoaragonesa iba a ser la moneda de cambio pero en solo 24 horas la Alcaldía cambió de manos tres veces: el candidato de Cs, la conservadora y, finalmente, el socialista Luis Felipe, por un voto en blanco y un hachazo al acuerdo en Madrid del que nadie reivindica su autoría.

Pero si de diferencias se habla entre lo que mandan los popes y lo que ejecutan los actores municipales, ahí Vox se lleva la palma. La tutela sobre lo que haga Julio Calvo es absoluta. La voz de la extrema derecha en la capital aragonesa no da un paso sin que Santiago Abascal y los suyos lo autoricen. Y hace suyas todas las declaraciones de Iván Espinosa de los Monteros y Javier Ortega Smith. Pero claro, cuando se señala al PP como mentiroso por saltarse el acuerdo escrito con el que le prometía formar parte de los Gobiernos municipales o se amenaza con no investir a Azcón de alcalde, al exconcejal del PP le cuesta ponerse el traje de ese nuevo Julio Calvo de Vox. Hasta el punto que, por ejemplo, con Javier Puy le une una buena amistad pero hay que apretar a Cs y su nombramiento como coordinador de área es una buena manera de «negociar». O de ganarse un titular llamativo.

Pero Cs también tiene las manos atadas a su dirección, nacional y autonómica, en esto de los pactos y de marcar distancias con la extrema derecha. Su mensaje, abrir el diálogo a todos y tratar a Vox como uno más, pero lejos del Gobierno. Su sintonía con Azcón es total y tuvo las manos libres para fijar los 50 puntos programáticos de obligado cumplimiento (faltaría más), pero dio el paso cuando la dirección nacional dijo que podía darlo. Y le dio una última oportunidad a Pilar Alegría pero la socialista solo le ofreció turnarse dos años cada una en la Alcaldía, insuficiente para torcer un acuerdo ya alcanzado antes con el PP.

Azcón no reconoce que es incompatible prometer concejalías a Vox en Madrid y pactar con Cs que su Gobierno siempre será de dos. Fernández también lo sabe pero le va bien no ser ella la traicionada. Y Calvo sabe que el partido que les ha engañado con un papel que hoy está mojado ha convertido sus votos en un regalo a cambio de nada, pero le incomoda ser el azote de su excompañero en el PP con el que, además, se lleva bien. Avisa y lanza órdagos que ya nadie toma en serio porque lo manda Madrid pero la sintonía personal...

Y, por último, puede que en asuntos de calado cuenten con un PSOE atrapado por su pasado reciente. Torre Village, los presupuestos participativos... Son tantas las fotos que el predecesor de Pilar Alegría, Carlos Pérez Anadón, se hizo con el PP y Cs que ahora a ella le tocará decidir entre refrendar lo que hizo su compañero o romper con esa línea política que ha acabado por darle más rédito a la derecha que a su partido.