¿Es Ramón J. Sender una figura reivindicada en la actualidad?

Sender ha sido un escritor que no ha tenido demasiada suerte con la posteridad. Con la fama póstuma. En los años 30 se consideró el escritor popular más reconocido entre los trabajadores. Y luego en España tuvo otra época de reconocimiento entre los años finales de los 60 y el comienzo de los 70. Después ha caído en una especie de purgatorio. Aunque sí que es verdad que en estos últimos años ha resurgido gracias a una serie de reediciones importantes. Sin embargo, casi toda su obra está en manos de Planeta, una editorial que no ha mostrado especial interés en ella.

¿Qué es lo que más se lee de su extensa obra?

Es evidente que Réquiem por un campesino español es una obra que camina sola, sin publicidad ni promoción. Además se estudia en los institutos. También los primeros libros de la Crónica del alba. Otras novelas como El lugar de un hombre, o las reediciones que han hecho Rasmia, Fórcola o Contraseña. Son libros muy valorados por la crítica y cada vez más por el público. Es una realidad que en los últimos años Sender está siendo un autor más de universidades que de lectores populares. Se siguen elaborando tesis sobre él en Italia o Brasil.

Su faceta como periodística también está siendo muy reivindicada...

Sender fue un gran periodista antes del exilio. Era una referencia de la izquierda española. Hacían grandes reportajes, como los que publicó en El sol sobre el crimen de Cuenca en el año 26. O el de la matanza de Casas Viejas en el 33 que se sigue reeditando todavía. Además se lee muy bien. También publicó sobre su viaje a Moscú. Ya en el exilio colaboró periódicamente con diarios y revistas.

¿Le pesó su evolución ideológica? Llegó a reescribir obras enteras, algo poco habitual...

No estaba nada satisfecho con su primera etapa, la de los años 30. Una etapa que, por otra parte, a los estudiosos nos parece un momento extraordinario. Sender empezó en el anarquismo, luego fue compañero de viaje del Partido Comunista. Y luego, como otros autores del momento, se pasó al anticomunismo visceral. Pero era una posición más personal que ideológica. Se sentía atacado por sus antiguos correligionarios. Es cierto que al volver a España en el 74 se negó a hablar mal del franquismo, pero lo hizo para respetar un acuerdo tácito que el régimen permitía publicar aquí algunos de sus libros que todavía estaban prohibidos. Tampoco se entendió bien en la etapa de la transición que defendiera el estilo de vida americano, aunque nunca dejó de se una persona de izquierdas.

¿Cuál es la tradición literaria en la que se inscribe Sender?

Siempre reconoció como grandes maestros a Valle Inclán y Baroja. Por edad se tendría que inscribir en la generación del 27, pero nunca consideró como modelos a los autores de su edad. Tuvo una amistad muy cercana con Valle Inclán y respetó a Baroja como escritor, aunque no como persona.

¿Se pueden identificar a autores contemporáneos que hallan tomado a Sender como modelo?

Eso ya es más complicado. Hay bastantes escritores que hablan bien de él. Podemos citar a Lorenzo Silva. Lo que ha escrito sobre Marruecos podemos decir que se ha inspirado en Imán. También está muy cercano Ignacio Martínez de Pisón, pues incluso empezó una tesis de licenciatura sobre la literatura en la guerra de Marruecos. Sin embargo luego ha seguido un camino literario algo diferente.

Aragón se cuela siempre en la obra de Sender, incluso en el vocabulario...

Aragón está siempre muy presente. Los aragonesismos en su obra son muy característicos. Siempre tuvo una memoria lingüística prodigiosa. Se acordaba del vocabulario de su infancia y los términos le salían de un modo natural, sin forzarlos. Además tuvo un interés real. Cuando murió en su apartamento de San Diego se encontraron varios diccionarios del idioma, como el de Jerónimo Borao. Siempre mantuvo una gran vinculación afectiva con Aragón. Decía que era su territorio natural. Se identificaba mucho con los ilergetes, aunque fuera de una forma legendaria. Decía que eran los primeros habitantes del norte de Aragón y él se sentía descendiente de ellos. En el prólogo de Los cinco libros de Ariadna escribió que los valores que le habían servido para afrontar los problemas de la vida siempre habían sido los valores de su tierra.